POESÍA,
PSICOANÁLISIS, LOCURA
Conferencia Nº II
CALI-COLOMBIA -1979 -
Si alguien quiere hacer una pregunta para
comenzar...
Para comenzar de alguna manera, recuerdo. Ayer habíamos dicho que deberíamos, de tener tiempo, en nuestro primer encuentro, poder ver, sino demostrar, el psicoanálisis como ciencia. Esto nos permitiría, habíamos dicho, establecer como mínimo, una de las posibles lecturas de la locura y de la poesía.
Para comenzar de alguna manera, recuerdo. Ayer habíamos dicho que deberíamos, de tener tiempo, en nuestro primer encuentro, poder ver, sino demostrar, el psicoanálisis como ciencia. Esto nos permitiría, habíamos dicho, establecer como mínimo, una de las posibles lecturas de la locura y de la poesía.
La segunda charla trataría de discrimar el
campo de la necesidad, del campo de la demanda amorosa, del campo del deseo
inconsciente. En el campo de la necesidad es donde se daba la psicosis, y hoy
agregaría que cuando se establece la psicosis, la dominancia es la dominancia del
campo de lo real. La neurosis se establecía en el campo de la demanda amorosa y
hoy podríamos decir, que cuando se establece la neurosis, se establece bajo la
dominancia del campo de la demanda amorosa. La poesía o el acontecimiento de la
poesía daba, de por sí, la dominancia al campo de lo simbólico, al campo del
deseo, y acabo de decir que sin deseo no hay símbolo, o viceversa. Parece que
el campo específicamente humano es el campo del deseo.
Cuando dije que podíamos empezar hoy con una
pregunta de ustedes, es para mí eso, una verdad, ya que ciertas preguntas que
me hicieron al terminar la conferencia de ayer, me dejaban entrever que no
había quedado claro aquello que les había tratado de decir. Una de las
preguntas acerca de cómo era que yo, hablaba en favor de la locura, o bien, que
le hacía una apología, o un elogio a la locura, desde la razón. Y yo, en ese
momento contesté que no era lo que yo había querido hacer ese día, elogiar la
locura, sino que, precisamente, había querido elogiar el psicoanálisis. Era el
día del psicoanálisis.
En mi casa me pareció superficial la
respuesta, en tanto me hubiera gustado contestarles que no sé si se puede
hablar de locura. No sé si la locura es un saber. No sé donde la locura puede
ser vista como una nosa, dentro de lo esencial del hombre, su cordura. O bien,
que el hombre viviría permanentemente en dos mundos, en dos dimensiones. La
dimensión de su razón y la dimensión de su locura. Me hubiera gustado contestar
-cosa que después contesté en una reunión más íntima- acerca de que o existen
muchas diferencias psicoanalíticas entre el delirio de un paciente que ha de
ser internado y el delirio de cualquier proyecto de vida. Que los proyectos de
vida, tenían el poder de haber sido determinados por los poderosos, pero eso no
les quitaba, frente al psicoanálisis, condición de delirio.
Si el psicoanálisis era la ciencia que venía
a subvertir la razón, quedaba claro, que no era bondadoso o que no podía ser
bondadoso su discurso con la locura. Porque si la locura es polo diálectico de
la razón, el psicoanálisis al subvertir la razón, subvertiría también la
locura. Es decir que la locura perdería su razón de ser. El psicoanálisis
vendría a decirnos (y no porque nos dice él, puede modificarlo) que hay un
desarrollo humano dentro del propio desarrollo humano, que actúa en contra del
desarrollo de la propia vida. El número irracional era lo irracional a la
medida de la razón de los números, o de la ley de los números naturales. Era
irracional en tanto la ley de los números naturales no los abarcaba en su ley.
Es irracional la locura, en tanto la ley de la razón no abarca a la razón y a
la locura, dentro de su ley.
Todo esto que dije fue tratando de explicar
que en definitiva, yo no puedo hacer una apología de la locura. Pero podré leer
un escrito del Dr. Sergio Larriera donde él intenta, desde su posición como
psicoanalista de la locura, un elogio de ella, como posibilidad de fundamento
del ser:
"Quieren las circunstancias históricas
que la locura ocupe el sitio que le corresponde, es decir, un nuevo sitio
acorde con los desarrollos de las ciencias de este siglo.
Si tomamos el problema de la razón y la locura por este sesgo, no podrá haber en nuestra exposición una pizca de humanismo. Vamos a hacer en nombre de la sagrada locura, una apelación a la razón. No es necesario ya, declamar las razones de una necesaria locura general, ni se trata tampoco de realizar la apología estetizante de lo que sobra en exceso en estos tiempos. La locura ha ganado su batalla, ocupando el sitial de honor por el que tanto ha bregado a través de los siglos.
Si tomamos el problema de la razón y la locura por este sesgo, no podrá haber en nuestra exposición una pizca de humanismo. Vamos a hacer en nombre de la sagrada locura, una apelación a la razón. No es necesario ya, declamar las razones de una necesaria locura general, ni se trata tampoco de realizar la apología estetizante de lo que sobra en exceso en estos tiempos. La locura ha ganado su batalla, ocupando el sitial de honor por el que tanto ha bregado a través de los siglos.
Razón, locura, son dos categorías cuya
relación trataremos de presentar hoy, despegada de los referentes concretos. El
mal psiquiatra y el buen loco, constituyen imágenes de un teatro demasiado
pobre para el drama de que se trata.
Las construcciones penitenciarias,
denominadas manicomios, son cada vez más insuficientes para albergar a una
muchedumbre psicótica, que clama más justicia social que tratamiento
psiquiátrico. Tal vez, una política revolucionaria consistiese en abandonar los
manicomios a su suerte, dejando de ocuparse de una psiquiatría que ya ha
firmado su acta de defunción. Así, de manera tan simple, sin interferencias
altruistas, se produciría el baño de sangre purificador resultante del encuentro
de las fuerzas sociales que son la expresión grotesca de los dos polos del tema
que nos reúne, razón y locura.
La locura, ¿es un insulto, una traba a la
libertad?
¿Podemos considerar que hay una actividad
psíquica libre, un epifenómeno de la base material orgánica que le sirve de
sustrato? En tal caso, la locura es un hecho contingente de la fragilidad del
organismo. Resultaría según este planteo, la locura una antiesencia que
actuando como nosa, como desperfecto, corroe desde afuera a la esencia humana por
excelencia, la razón.
Si nos ubicamos en un punto de vista menos
psiquiátrico y aceptamos que la locura y la razón son dos estados de la vida
psíquica, podemos concebirla de dos maneras radicalmente distintas. Diremos que
la razón tiene con la locura una relación dialéctica, constituyendo ambas dos
momentos del movimiento. Desde este enfoque, la locura resulta la negación de
la razón, es un momento de ella.
Muy diferente es concebir razón y locura como
dos dimensiones esenciales al ser del hombre. Hay en este caso movimiento, pero
las dos categorías en cuestión no resultan ya momentos del mismo movimiento,
sino la estructura misma de la existencia. Somos constitutivamente cuerdos y
locos, pero no dialécticamente, sino en una experiencia que tiene luces y sombras.
Entonces no hay dialéctica, hay permanente doble dimensión. La locura entonces,
no es algo marginal, ni extraño a la realidad de la existencia. La locura es
una condición y una posibilidad esencial de la existencia".
Y todo esto que estamos viendo, es la
conversación que tendríamos que haber tenido ayer, todavía no entramos en la
charla de hoy.
La otra pregunta que me hicieron fue acerca
del descentramiento, o más que una pregunta, fue una observación, pero la
observación me hizo preguntar por la importancia que yo quería darle a esa
palabra. Descentramiento sería una posibilidad esencial del símbolo. Sería, por
lo tanto, una posibilidad de la producción científica -habíamos dicho- y yo
hice un paréntesis para agregar que el descentramiento era también una
posibilidad de cierta sustancia llamada droga, y hoy podríamos agregar,
posibilidad de la propia locura, de la propia poesía. La operación de
descentramiento consistiría, entonces; en relación a lo que quiero producir, la
existencia de un desdoblamiento, en tanto, a mí, me tiene que pasar lo que voy
a leer, pero tengo que estar en un tiempo tal que además de que me pase, pueda
leer.
Por ejemplo: La ideología no permite el
descentramiento. El amor no permite el descentramiento. Las relaciones
transferenciales intensas tampoco permiten el descentramiento. Los sistemas
sociales no permiten el descentramiento. En cambio, la locura permite el
descentramiento.
Hay una teoría, muy interesante, de la locura
donde el loco sería la pieza más sana de la estructura familiar. Por eso
enloquece. Por ser capaz, mediante el famoso mecanismo de descentramiento, de
verse en la estructura familiar, en la verdad de la estructura, cosa que
normalmente no puede hacer la familia. Y estas palabras no deben ser vanas, en
tanto hay toda una corriente psiquiátrica muy importante de la cual diría yo
que provenimos, que no trata al paciente psicótico si no se verifica
simultáneamente el tratamiento de la familia y, a veces, el tratamiento de
algunos amigos del paciente psicótico.
Se me ocurre una disgresión. Pensé en los
niños. El psicoanálisis de niños es una cosa que se hace a menudo, que tiene
muchas teorías que lo respaldan. Pero si nosotros dejamos correr las palabras,
con las pocas palabras que pronunciamos acerca del psicoanálisis, evidentemente
el niño no desea. Por lo tanto, no es el niño el que se enferma, aunque en su
cuerpo estén los efectos de lo que desea, que no es él. Por lo tanto tendrá que
haber psicoanálisis de padres y no de niños. Pero lo que cuesta con una teoría
es ser consecuente con ella. Hay una frase que a mí siempre me impresionó por
su violencia de verdad "O pervertimos la vida del practicante o
pervertimos la teoría", y que al psicoanálisis le cuadra, yo diría, casi
perfectamente. Es decir que toda ciencia da impulso, no sólo a su desarrollo
como tal, sino que da como posibilidad, también, su ideologización. Que si bien
un método científico, por ser método científico, tiene que estar en constante
modificación (en tanto, es el método el que recibe el impacto de cualquier
obstáculo que se presente, tanto en la teoría como en la práctica técnica) por
lo tanto un método científico tiene que tener en sí mismo la capacidad de
transformarse con lo que transforma.
No pasa eso siempre con el psicoanálisis,
pero no es al único que le pasa, le pasa también a otras ciencias donde el
método, si no se transforma, se enmohece y en su enmohecimiento, se hace
ideología. Una concepción teórica, que después con el tiempo se demostrará que
es ideológica, porque el proceso del desarrollo científico, no tiene porqué
detenerse. Entonces, seguramente lo que hoy creemos científico, con el tiempo
sabremos ideológico. Hasta ahora, nos podemos permitir pensar, que el hombre
que somos no es capaz de resistir la teoría o los momentos teóricos que
produjo. Ochenta años después, yo sigo teniendo algunas inhibiciones en hablar
del psicoanálisis como una cosa conocida.
Trataba de decir que las teorías, que las
ideologías, están encarnadas en la vida de los sujetos. Por eso es que la
ciencia o lo que declama como ciencia, puede interpretar la ideología, puede
rectificarla, puede transformarla, puede hacerla tomar otros rumbos, pero lo
que no puede, es terminar con la ideología. Lo que no puede la ciencia es terminar
con el campo donde ella se hace posible, que es el campo de la ideología. Donde
el símbolo no puede ser más que lo imaginario en donde asienta su
fundación. ç
Quiero decir que si nos metemos todos en la
realidad -como decíamos ayer- que la realidad era la metáfora de todo lo
posible, si nos metiéramos dentro de esa realidad, está claro que la ciencia no
puede con la ideología y que la ideología no puede con la ciencia y que tanto
una como otra mirada son miradas parciales del fenómeno de la realidad que, vuelvo
a insistir, es la metáfora de todo lo posible.
Pero en el lugar donde ustedes y yo nos
permitimos una reducción, y decimos que el psicoanálisis como tal, determina
dentro del campo de lo posible su objeto propio, al que denomina de una propia
manera, al que rodea de conceptos de sostén, entonces, podremos decir que en
ese lugar, el psicoanálisis será ciencia de una ideología. Es decir de una
ideología previa a su acontecimiento, en el mismo campo donde él acontece.
Llamamos ideología en el campo freudiano, a
todos los intentos de Freud previos a La Interpretación de los Sueños. Sus
contactos con la hipnosis, sus contactos con la histeria, sus contactos con la
neurología o las leyes físicas de la época. Llamamos técnica ideológica a la
que Freud desarrollaba con sus pacientes antes de La Interpretación de los
Sueños, y la llamamos ideológica porque era una técnica que se iba modificando
según las modificaciones y las transformaciones de sus pacientes, según las
indicaciones de los pacientes. Es decir, según las modificaciones de lo real. Y
el objeto real no es el objeto científico.
Si el momento de la producción teórica es un
momento diferente al momento de producción técnica, tenemos que suponer en la
producción teórica una especie de salto. No un cambio de nivel como
habitualmente se dice, sino algo más que eso. Un cambio de mundo, un cambio de
registro, donde ya no es el inconsciente de fulano de tal, no es el
inconsciente de ella o de él, sino que es El Inconsciente, y ahora, no tiene
nombre ni apellido. Mientras que el inconsciente de fulano de tal está
articulado por las palabras, los discursos que lo formaron desde su nacimiento,
El Inconsciente está sostenido por un conjunto de nociones que al articularse
en él, como concepto, forman la teoría del inconsciente, que no tiene que ver
ya con la mamá de nadie.
La ideología también tiene trabajo teórico,
también tiene práctica técnica, lo que pasa es que es una práctica regulada
desde lo real. La práctica teórica precisa estar regulada desde el aparato teórico.
Es decir, si hay un obstáculo en la realidad, cambia la técnica, si mi discurso
es ideológico. Si hay un obstáculo en la realidad y si la técnica es
científica, cambia la teoría y no la técnica.
El psicoanálisis tiene la complejidad de que
el método asienta sobre ese sujeto, sobre un sujeto del inconsciente, el
psicoanalista. Entonces habría un lugar donde no solamente estaría la teoría
psicoanalítica que el psicoanalista tiene en él, que puede, también, no ser la
teoría psicoanalítica, por esas cosas del inconsciente que estamos tratando de
explicar. Si yo soy capaz de mirarla a Usted y llegar a sentir en ciertas
oportunidades de mi vida, cuando soy un hombre grande, que Usted es mi mamá, se
da cuenta que Usted puede leer represión y en lugar de leer represión puede
leer, apelación, y en el supuesto caso que Usted no se equivoque cuando lee,
cuando eso entre en su imaginario, puede combinarse con lo que le corresponde o
con lo que no le corresponde.
Generalmente se tiene una teoría del lenguaje
donde a la palabra siempre le sigue y muy fluidamente, su imagen, casi como en
los libros, la imagen gráficamente representada. Es decir, cuando yo pronuncio
la palabra árbol, estoy acostumbrado a ver debajo de la palabra árbol, un
árbol. Esa no es la teoría del lenguaje que el psicoanálisis precia tener. Esa
es una teoría del lenguaje donde lo que separa el significante de su
significado, es permeable. Cuando pronuncio la palabra árbol, caigo en la
imagen de un árbol.
La teoría del lenguaje que utilizaría el psicoanálisis
sería una teoría tal, donde la barra que separa el significante del
significado, no es permeable. Que debajo de cualquier palabra que pronuncie,
jamás encontraremos el significado, sino que el significado, la significación,
se va a encontrar en la unión de significantes. Cuando yo aprendo las palabras,
no las aprendo bajo ningún tipo de regla, es decir que para el inconsciente,
metáfora de cualquier palabra puede ser, cualquier palabra. Porque en el lugar
donde la barra que separa la palabra de lo que la palabra significa, es
permeable, es en el campo de la conciencia. Esa barra en el inconsciente es
impermeable.
En la lingüística estructural (que nace más o
menos alrededor de La Interpretación de los Sueños, unos años después,
1905-1907) donde como categoría implícita aparece el símbolo, formado por
significante y significado y la barra es permeable. Pero esta teoría del
lenguaje no nos alcanza para explicar la Represión en psicoanálisis, porque lo
que no deja pasar la significación entre significante y significado, es la
barra de la represión, es decir, que lo que no permite encontrarme con lo que
significa lo que hablo, es lo real, es el espacio de lo real. Siempre opaco,
siempre diferente.
Hay algo en la palabra por sí misma, que le
da a cualquier palabra la posibilidad de sugerir otro sentido, en tanto, no
podemos con ninguna palabra capturar el objeto que nombramos. Cuando yo digo
tiza, no puedo decir blanca, no puedo decir cortada por la mitad, no puedo
decir cónica. No puedo capturar el objeto éste que capturo con mi mano, con la
palabra que corresponde para nombrarlo. Por lo tanto cada vez que pronuncio una
palabra, por esta característica del lenguaje humano, soy atrapado por un plus
de sentido. No por la magia, sino por esta característica del lenguaje humano,
de no poder capturar lo que la palabra nombra. Entonces, cada vez que nombro
una palabra, entro en el campo de la sugerencia de todo lo que tendría que
decir para capturar el objeto nombrado. Por lo tanto, una vez pronunciada la palabra,
voy a ser atrapado en un sentido que yo no dije en mi palabra. Por eso se dice
que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, en tanto cada vez que
él se exprese, mostrará en su manifestación un algo menos de lo que es. Tampoco
podrá el deseo capturar su objeto, en tanto es de lo que carece, y los más
arriesgados llegan a decir que la captura del objeto del deseo es la muerte.
Que cuando el deseo captura su objeto, lo que captura es su propia muerte como
deseo.
Antes de entrar todavía en el tema de hoy, me
gustaría decir dos o tres palabritas que dije ayer acerca de la palabra
trabajo. Llamamos trabajo del inconsciente al mecanismo por el cual se
transforma el deseo, como tal, para aparecer como verdad y hacer posible su
expresión, habíamos dicho que la verdad en este caso, eran los síntomas, los
actos fallidos, los sueños, y llegamos a mencionar a la locura, a la poesía y a
las ciencias, es decir, lo que comúnmente se llama formaciones del
inconsciente, que no son otra cosa que los efectos, producto del trabajo
inconsciente. La categoría de trabajo, lleva implícita que el producto ha de
tener una diferencia con aquello que fue utilizado para producirlo.
En el campo de la investigación
psicoanalítica, podríamos decir que cuando se produce el objeto teórico, la
materia prima son los sueños y los discursos de los pacientes, que el
instrumental teórico con el cual Freud trabajó esa materia prima fueron las
ciencias de la época, fundamentalmente las leyes de la física y las nociones,
todavía ideológicas de sus últimos escritos. Que el producto de ese trabajo
teórico es el objeto teórico inconsciente, que ya no es el inconsciente de
ninguno de los Soñantes, ni es los instrumentos aplicados, sino otra cosa.
Objeto desde el cual, ahora no ya como efecto producto de un trabajo, sino como
instrumento, podré trabajar la materia prima que son los sueños o los relatos
de los pacientes y producir conocimiento y transformación en el paciente.
Cuando se psicoanaliza un sueño, lo primero
que ocurre es que las asociaciones del paciente nos van llevando a una red,
formada por recuerdos cercanos y recuerdos lejanos. Esos recuerdos cercanos y
lejanos, pertenecen a lo que el psicoanálisis llama preconsciente. No estaban
en la conciencia pero eran posibles de ella. En tanto que, cuando el paciente
comienza a recordar, los recuerda. Muchas son las causas que se nos aparecen en
estas asociaciones como posibles de haber producido el sueño.
Por eso, que a este estado de la
interpretación, podemos decir que corresponde el concepto de múltiple
determinación, donde, en apariencia, todavía hay varias causas -que acabamos de
construir mediante las asociaciones del paciente- que hubiesen podido
determinar al sueño tal cual es. La transferencia como concepto, ocuparía el
campo de lo que podríamos llamar sobredeterminación, o lo que es más conocido
por otras ciencias, como determinación en última instancia.
Si la transferencia es el pasaje de energía
de una representación a otra, si la transferencia es la fuerza de un afecto
ligado a una representación que cambia su ligazón y se liga a otra
representación y eso ocurre en el inconsciente, su acción deberá ser
construida. El paciente no podrá recordarla nunca, porque no le pertenece como
tal, es inconsciente. Por lo tanto llamamos trabajo de interpretación, no sólo
a la asociación libre del paciente que nos llevará hasta el campo de la
múltiple determinación, sino que llamamos construcción, también, a la
interpretación del psicoanalista que mostrará la sobredeterminación, de esta multiplicidad
de causas.
Queda claro que lo que acabamos de decir,
tiene que ver y no tiene que ver, con lo que normalmente llamamos
transferencia. Relación, se dice, que se va estableciendo entre el paciente y
el psicoanalista y que, en su desarrollo desvía el sentido del encuentro. Ya
que ahora la asociación libre esclavizará por un tiempo su sentido según el
tono de la relación establecida.
Habíamos dicho que sólo levantando esta
resistencia que se oponía al fluir del inconsciente, era cuando el paciente comienza
a psicoanalizarse, es decir cuando existía la posibilidad de que más allá de lo
que en su vida normal el paciente hiciera (que es lo mismo que hace con el
psicoanalista) su palabra pudiera permitir la interpretación de aquello que
sobredetermina su acción con el otro. Y eso está claro que es después del
análisis de la transferencia centrada en la figura del psicoanalista.
Y ahora, para terminar, leeré un pequeño
escrito denominado "La locura" para ver si la vez que viene podemos
hablar del deseo inconsciente.
LA LOCURA
Y
todo fue bien y todo fue mal. Y fueron desfilando por mi casa, seres de todos
los tamaños, siempre con la misma misión oculta, eso sí, y aún para ellos
mismos, de no
dejar crecer lo que crecía o por lo menos,
de no poder mirar lo que crecía o como mínimo,
olvidarse de no haber dejado crecer lo que crecía,
de haber mirado o de no haber mirado,
en fin,
olvidarse de todo.
Y fueron desfilando por mi vida,
hombres y mujeres.
Ingenieros,
amantes de los mecanismos de relojería.
Enfermedades infecciosas de corta duración,
enfermedades de las cuales nunca se sabe
si son del corazón o, directamente, de la cabeza.
Médicos,
amantes de la carne que pensaban que el hombre era,
una combinación de algo con algo.
Psicoanalistas,
amos, dispuestos a malgastar su vida en liberarse.
En esta época el hombre era una cantidad de células incommesurable,
desesperadas.
Una cantidad inconmensurable de palabras en cualquier dirección.
Y cuando la dirección tomada por el azar de las combinaciones era,
la dirección línea recta hacia la muerte,
alguien pronunciaba las palabras mágicas,
y bailando
y cantando,
una cama redonda no le hace mal a nadie,
y además,
entre los celos y el pecado, ¿quién se anima a morir?
Y lo creímos todos,
también yo,
que con nuestros sexos abiertos a los cuatro vientos,
o bien,
según las estaciones o el color de la tarde,
con nuestros sexos abiertos a los cuatro vientos y erguidos,
totipotentes y geniales,
deteníamos la muerte.
Y quiero decir antes de cerrar la cuenta con el psicoanálisis,
que todos nosotros, también yo,
llamamos a toda esa porquería relaciones múltiples.
Y todos nosotros, tuvimos la valentía de llamar a esos accidentes nuestra vida.
Poetas,
por mi casa desfilaron poetas,
hombres extraviados de tanto tener,
pensaban que el hombre, puede caber en un poema.
Y fueron desfilando por mi casa, los pequeños comerciantes y
las putas.
Gente que había sido siempre estafada. Les correspondía ser los estafadores.
Y todo fue en mi casa:
dejaron el dolor y me estafaron,
y todo estuvo bien y todo estuvo mal,
y desfilaron por mi casa,
una mujer,
y otra,
y aún otra más,
y en todos los casos dejaron su pequeña cagadita en un rincón
de la casa,
y en todos los casos fueron felices.
El error,
haberse llevado cuando huían, mi ritmo.
Se volverán locas.
Y no quiero nombrar lo que se nombra solo y que también desfiló
por mi casa.
Quisiera que cada uno sepa el horror que trajo a mi vida.
Que cada uno revise lo robado,
en mi casa también había horrores.
Y fuimos diciendo a todo que sí,
fuimos,
una maravillosa estación de servicio.
Y nuestras palabras,
nuestro semen,
y el flujo ardiente de nuestras amadas,
eran el combustible ambicionado para fortalecer esas pequeñas y desesperadas vidas,
para que pudieran ahora fortalecidas,
escalar, por la montaña hasta su cumbre.
Así decían ellos,
escalar la montaña.
Estaban todos locos.
Le llamaban montaña a conseguir un trabajo,
conversar con la gente
-otros humanos como ellos-
beberse una cerveza en una tasca,
escribir un poema.
Y por mi casa desfiló también, mi propia locura.
Y yo también estuve loco.
Y yo también, veía montañas por todos lados,
y lo peor, no era verlas,
lo peor era desear fervientemente llegar hasta la cumbre.
Y no tenía pies.
Y no tenía manos.
Y mi mirada era un pozo ciego donde se ahogaba entre la mierda
el que no pudo ser.
Y mis genitales eran históricos y no se podían vender a ningún precio.
Y mi corazón,
y mi cabeza,
breves lamentos de quien no había podido liberarse.
Así, me dije:
no se puede escalar ninguna montaña.
Lo decidí una tarde,
las Montañas no existen.
Y las cumbres,
tienen que ver en todos los casos con dios.
Más allá del hombre,
me dije,
sólo podemos hallar otro hombre.
Más allá de la vida,
ningún goce,
más allá de la vida,
la muerte.
Y me quedé tranquilo
y tuve,
también yo, mi porvenir.
Y si puede uno pueden todos,
y entonces cada uno,
tuvo su propio porvenir.
Y yo quiero hablar de todo,
y hablando de todo,
pidiendo de todo,
escapándome luego de todo porque no tengo ganas para nada,
porque toda la energía fue hablar,
decir mis cosas. Y bien,
puedo entonces dejar correr mi voz, abrir mi boca a la soledad,
dejar salir de mí en vómitos radiantes,
los recuerdos,
el pus.
Ir tomando confianza.
Respirar alocadamente aunque no sienta nada.
El ejercicio hace bien,
el ejercicio es saludable.
Hagamos ejercicio mi querido doctor.
La palabra habla de mí y también habla de usted.
La palabra,
una especie de confabulación contra todos.
En esta historia no se salva nadie.
La mía es una historia sin fondo,
sin llegada.
Un volcán que dejó de rugir en el pasado.
Anímese doctor,
en mi interior no quedan,
ni explosiones,
ni ninguna lava hirviente en mis entrañas.
Mi sexo es de marfil.
dejar crecer lo que crecía o por lo menos,
de no poder mirar lo que crecía o como mínimo,
olvidarse de no haber dejado crecer lo que crecía,
de haber mirado o de no haber mirado,
en fin,
olvidarse de todo.
Y fueron desfilando por mi vida,
hombres y mujeres.
Ingenieros,
amantes de los mecanismos de relojería.
Enfermedades infecciosas de corta duración,
enfermedades de las cuales nunca se sabe
si son del corazón o, directamente, de la cabeza.
Médicos,
amantes de la carne que pensaban que el hombre era,
una combinación de algo con algo.
Psicoanalistas,
amos, dispuestos a malgastar su vida en liberarse.
En esta época el hombre era una cantidad de células incommesurable,
desesperadas.
Una cantidad inconmensurable de palabras en cualquier dirección.
Y cuando la dirección tomada por el azar de las combinaciones era,
la dirección línea recta hacia la muerte,
alguien pronunciaba las palabras mágicas,
y bailando
y cantando,
una cama redonda no le hace mal a nadie,
y además,
entre los celos y el pecado, ¿quién se anima a morir?
Y lo creímos todos,
también yo,
que con nuestros sexos abiertos a los cuatro vientos,
o bien,
según las estaciones o el color de la tarde,
con nuestros sexos abiertos a los cuatro vientos y erguidos,
totipotentes y geniales,
deteníamos la muerte.
Y quiero decir antes de cerrar la cuenta con el psicoanálisis,
que todos nosotros, también yo,
llamamos a toda esa porquería relaciones múltiples.
Y todos nosotros, tuvimos la valentía de llamar a esos accidentes nuestra vida.
Poetas,
por mi casa desfilaron poetas,
hombres extraviados de tanto tener,
pensaban que el hombre, puede caber en un poema.
Y fueron desfilando por mi casa, los pequeños comerciantes y
las putas.
Gente que había sido siempre estafada. Les correspondía ser los estafadores.
Y todo fue en mi casa:
dejaron el dolor y me estafaron,
y todo estuvo bien y todo estuvo mal,
y desfilaron por mi casa,
una mujer,
y otra,
y aún otra más,
y en todos los casos dejaron su pequeña cagadita en un rincón
de la casa,
y en todos los casos fueron felices.
El error,
haberse llevado cuando huían, mi ritmo.
Se volverán locas.
Y no quiero nombrar lo que se nombra solo y que también desfiló
por mi casa.
Quisiera que cada uno sepa el horror que trajo a mi vida.
Que cada uno revise lo robado,
en mi casa también había horrores.
Y fuimos diciendo a todo que sí,
fuimos,
una maravillosa estación de servicio.
Y nuestras palabras,
nuestro semen,
y el flujo ardiente de nuestras amadas,
eran el combustible ambicionado para fortalecer esas pequeñas y desesperadas vidas,
para que pudieran ahora fortalecidas,
escalar, por la montaña hasta su cumbre.
Así decían ellos,
escalar la montaña.
Estaban todos locos.
Le llamaban montaña a conseguir un trabajo,
conversar con la gente
-otros humanos como ellos-
beberse una cerveza en una tasca,
escribir un poema.
Y por mi casa desfiló también, mi propia locura.
Y yo también estuve loco.
Y yo también, veía montañas por todos lados,
y lo peor, no era verlas,
lo peor era desear fervientemente llegar hasta la cumbre.
Y no tenía pies.
Y no tenía manos.
Y mi mirada era un pozo ciego donde se ahogaba entre la mierda
el que no pudo ser.
Y mis genitales eran históricos y no se podían vender a ningún precio.
Y mi corazón,
y mi cabeza,
breves lamentos de quien no había podido liberarse.
Así, me dije:
no se puede escalar ninguna montaña.
Lo decidí una tarde,
las Montañas no existen.
Y las cumbres,
tienen que ver en todos los casos con dios.
Más allá del hombre,
me dije,
sólo podemos hallar otro hombre.
Más allá de la vida,
ningún goce,
más allá de la vida,
la muerte.
Y me quedé tranquilo
y tuve,
también yo, mi porvenir.
Y si puede uno pueden todos,
y entonces cada uno,
tuvo su propio porvenir.
Y yo quiero hablar de todo,
y hablando de todo,
pidiendo de todo,
escapándome luego de todo porque no tengo ganas para nada,
porque toda la energía fue hablar,
decir mis cosas. Y bien,
puedo entonces dejar correr mi voz, abrir mi boca a la soledad,
dejar salir de mí en vómitos radiantes,
los recuerdos,
el pus.
Ir tomando confianza.
Respirar alocadamente aunque no sienta nada.
El ejercicio hace bien,
el ejercicio es saludable.
Hagamos ejercicio mi querido doctor.
La palabra habla de mí y también habla de usted.
La palabra,
una especie de confabulación contra todos.
En esta historia no se salva nadie.
La mía es una historia sin fondo,
sin llegada.
Un volcán que dejó de rugir en el pasado.
Anímese doctor,
en mi interior no quedan,
ni explosiones,
ni ninguna lava hirviente en mis entrañas.
Mi sexo es de marfil.
FREUD
Y LACAN – HABLADOS – 1
MIGUEL
ÓSCAR MENASSA
EDITORIAL
GRUPO CERO
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