POESÍA, PSICOANÁLISIS, LOCURA
Conferencia Nº 1
CALI-COLOMBIA -1979-
Parece ser,
debo enfrentarme a un público hambriento de saber y un espíritu hambriento de
saber, no ambiciona saber, sino leyes, para su espíritu desesperado. Orden
significa, para estas almas, progreso, y progreso significa bienaventuranza,
porque no todos pueden acceder a ese don.
Y si todavía
no sé cuánto pagarán ustedes por este encuentro conmigo, estoy empezando a
comprender, cuánto me tocará pagar a mí.
Haber
perdido el rumbo, en plena América Latina, no es haber pagado poco, y sin
embargo, eso sólo, no da la medida de mi apuesta. No sólo vine a comprobar lo
que de beneplácito estoy comprobando, sino que, más bien haríais en no dudarlo,
vine a comprometer en la conversación la dirección de mi vida.
Y si de poco
valen mis palabras, estarán mis escritos y los escritos de mis escritos.
POESÍA, PSICOANÁLISIS, LOCURA.
POESÍA, PSICOANÁLISIS, LOCURA.
Tengo toda
la paciencia que tiene que tener un árbol perenne. Se imaginan esa solemnidad.
Y no soy,
como dicen algunos de mis versos, un pájaro cantor, sino más bien, cientos de
pájaros cantores anidan en mis propias entrañas. Soy, por eso, la madre de lo
que canta en cada pájaro cantor. Y lo que crezco contra el tiempo hace efímero
el vuelo de los pájaros, me llaman: POESÍA.
Tengo en mí
todas las muertes y todas las vidas que de mí hicieron la eternidad. Hombre de
piel y amianto, caricatura de un fuego contra sí mismo.
Y no ha de
ser en vano a mi edad preparar un ciclo de conferencias. No está mal entonces
que yo tenga mi posibilidad. Haciendo gala, y agradeciendo en este hacer al
que, antes de mí, pronunció estas palabras, Osvaldo Ortemberg, de un saber no
sabido, y que, precisamente, es a partir de él que yo os puedo decir: toda la
diferencia se puede marcar en el uso.
Está claro,
por ahora, que tengo que producir cinco conferencias y tengo entendido haber
pedido lo que me habéis otorgado: cinco conferencias sobre PSICOANÁLISIS,
POESÍA, LOCURA.
Y sabemos,
porque somos hombres cultos de nuestra época, se me ha hecho acceder a un lugar
desde el cual se puede impartir ideología. Y la ideología no tiene en cuenta de
su transmisor ninguna otra cosa que la posibilidad de transmitirla.
Ella, la ideología, más que preguntar por el color, pregunta por los mecanismos. Todo lo que repite, todo lo que reproduce, hace su bien y su belleza. Sé, por lo tanto, que aunque brillante pueda ser en mí una exposición donde el método psicoanalítico atraviese la vida del hombre, y no sólo su poesía, que eso sería suficiente, sino también en estos tiempos que corren, su propia locura.
Ella, la ideología, más que preguntar por el color, pregunta por los mecanismos. Todo lo que repite, todo lo que reproduce, hace su bien y su belleza. Sé, por lo tanto, que aunque brillante pueda ser en mí una exposición donde el método psicoanalítico atraviese la vida del hombre, y no sólo su poesía, que eso sería suficiente, sino también en estos tiempos que corren, su propia locura.
Que ahí,
donde en mí se repita una palabra, en vosotros se cerrará un sentido. Y ahí,
donde yo hable de mi conocimiento y no de lo que me siento capaz de saber
frente a ustedes, ahí se abrochará en ustedes una definición, quiere decir: una
vez más se cerrará, en ustedes, un sentido.
¿Quién, me
pregunto, estará preocupado por la locura, sino quien la ha rozado? ¿Quién
habrá de interesarse por la poesía, sino el blasfemo? El que todavía no pudo
levantar sus faldas y hundirse en ella para siempre. El que no soportó el olor
a vida de la poesía. Ese es el que está preocupado por ella.
Nuestra
conversación goza de detalles que la hacen una conversación interesante, y no
porque entre nosotros habrá dinero y su consecuente trabajo realizado, sino,
más bien, estoy proponiendo dejar que hable en nosotros lo que de humano es
capaz de hablar.
Y si damos
este paso, no sólo las ciencias han quedado a nuestras espaldas, sino también,
lamento decírmelo (porque yo soy su enamorado), habrá quedado a nuestras
espaldas, también, la poesía.
Y si ha de
ser algo bueno para vosotros que algunas de las piedras que se interponen en
vuestro camino queden a vuestras espaldas, no ha de ser bueno para mí que quede
a mis espaldas, precisamente, aquello que había de sostener, en mi discurso,
frente a ustedes.
Porque
poesía y ciencia son, quiero deciros, un límite casi biológico, frente a la
dimensión de la pasión que quieren encubrir y que, hoy, ha traído un poco de
ella el título de la conferencia, ya que de la locura se trata cuando queremos
descubrir los límites de la creación, para que con este límite y sin más,
encontrarle un sentido a ella, la locura, invitada hoy, más por sus honores que
por los nuestros y, sin embargo, capaz de dejarse arrastrar como una cualquiera
entre nosotros, para que hagamos de ella y precisamente contra ella, un modelo
contable, que si no cura del todo al paciente, por lo menos curará un poco al
psicoanalista.
Cuando
hablamos de poesía, no hablamos de una poesía que nos descubra el centro del
amor, sino de una poesía que produzca amor en los hombres. Más que una ciencia
para descubrir sentidos, una ciencia que no deje tranquilo ningún sentido,
ninguna verdad. Un método que más que revolucionar, se revolucione.
Y hoy no he
venido a preguntarme por mi ser porque yo, es cero. Tampoco vine a preguntarme
por vuestro ser, porque en vuestro ser anida la sustancia de mi carencia, y ese
deseo de plenitud es vuestro ser. Y tampoco vine a preguntarme por los astros
celestes que surcan el espacio a diario, porque no es de las posiciones que ocupamos
en el espacio de lo que hemos venido a hablar, sino precisamente de lo que a
todos sobrecoge y todos por igual, el tiempo de nuestra relación.
Y si del
tiempo ha de tratarse, sabemos entonces que ha de tratarse, también, de
desprenderse de algunas trabas, para que del tiempo pueda tratarse.
Y si del
tiempo se trata, deberá saberse que habrá violencia en nuestras mentes y en
algunos de nosotros habrá violencia en el corazón (que como se sabe no es una
violencia aconsejada, porque produce daño en el propio corazón), porque el
tiempo será, una irrupción brusca y desmedida en nuestra manera de ser que,
hoy, precisamente, se nos está dando por confundirla con nuestra manera de
pensar, que es por ahora, y hasta que no se demuestre lo contrario, lo único que
tanto ustedes y yo estamos en condiciones de arriesgar. y si esto tendrá que
ser un entrechocar de saberes, o bien, un entrechocar de retóricas, se irá
sabiendo en la práctica de esta contradicción. Ahí donde la práctica, por tal,
nos hará propietarios de un trozo de realidad y, ahora, por las palabras que
ella ha pronunciado impunemente por nosotros, dueños y señores, tendremos que
ser ese pedazo de realidad, y defenderla.
Quiero decir
que es como psicoanalista que se me reclama en este territorio, ya que no es
del saber que no se consume. Lo que parece no consumirse en este territorio es
un psicoanálisis que arrase, no sólo la vida del psicoanalista, sino también la
vida del paciente. Un psicoanálisis donde el psicoanalista, más allá de su
condición de asalariado, no se someta hasta el límite de no poder cumplir ya
con su función. Función que de devenir como tal, tendrá mi deseo en eso porque
sólo el deseo de quien se ocupa de eso, desea la función.
Y si eso de
ser la función, invade eso de no ser nada en mí, mi deseo será social cada vez
que le cuadre expresarse. Y cuando digo social, quiero decir que en su
expresión no me dará el ser que ambiciono en el movimiento sino, por el
contrario, aquel otro ser temido, por ser deseo de Otro y que de ustedes ha partido
porque la función, no habla; sólo desea. y sordo es el desear de la función, ya
que ella, nada desea para sí, sino para la retórica que la crea como tal.
Que los
poetas legislen con sus versos la vida de los hombres y que los psicoanalistas
expliquen, diríamos, de una manera magistral, los mecanismos intrínsecos de
dicha legislación, no son todavía pruebas suficientes para que sigamos
galardonando a nuestros poetas y a nuestros médicos psicoanalistas, y sigamos
recluyendo a nuestros locos en los manicomios, o sus sustitutos, no siempre
diferenciados claramente de la fuente de la cual provienen.
Una manera
de pensar inhumana genera una manera de pensar humana y esto, sin embargo, no
le da al asunto status de verdad. Porque debemos decirlo: no es en la verdad de
)a locura donde anida la humanidad, y por lo tanto, no es, precisamente,
humanidad lo que ambiciona el discurso psicótico sino, más bien, una palabra que
por su brusquedad interrumpa el flujo de lo que teniendo que ser deseo,
todavía, es necesidad en él.
Palabra que
por su imposibilidad de ser reducida a cosa alguna, sirva como ejemplo (porque
de qué otra cosa se trata que de un proceso de identificación) para que el
discurso psicótico pueda, para dejar de ser psicótico, separar la cosa de la
palabra que nombra la cosa, o bien, en otro nivel, separar lo bueno de lo
bello, o bien, si se trata de hablar de los diferentes niveles de locura, un
hombre que pueda separar lo bello de lo divino.
Y si para
semejante transformación habrá de ser necesario el cuerpo del psicoanalista, el
psicoanalista tendrá que saber en todos los casos que nunca es el padre el que
presta el cuerpo al síntoma, sino que es la anhelante y ambivalente madre la
que presta su cuerpo, para que él, su cuerpo, acontezca en el lugar de lo
cósmico y temido, por no ser, todavía, palabra. Y así, como todo cuerpo será
cuerpo de Ella, toda palabra será palabra de El. Y sin tratar de saber si es demoníaco
o divino que un psicoanalista oficie de madre, bien podremos decir que la
verificación del cuerpo no da más garantía al símbolo, sino, por el contrario,
pone en cuestión precisamente al símbolo. Porque el poder de curar está en el
cuerpo. Porque si de curar se tratase, es de la eficacia simbólica de lo que se
trataría y de ella, de la eficacia simbólica, es más capaz el cuerpo que la
propia palabra.
Y si
totalmente faltase el cuerpo, no tendríamos tampoco el símbolo en su belleza
pura o, mejor dicho, no habría símbolo posible en esa debilidad. Esta manera de
no poder no estar y tampoco poder estar, hace del cuerpo del psicoanalista una
nube de polvo ardiente y helado a la vez que, en todos los casos, envuelve a
quien por su boca habla en esa pasión.
Donde amar u
odiar más que importantes por sus signos, son importantes porque de sí no
expresan, más que lo que ella ordena como pasión expresar. A nada temo, dice el
sujeto, sólo a mis propias palabras.
Me repito
una y mil veces, el hombre puede más. Sin embargo en mi primera conferencia
sobre Poesía, Locura, Psicoanálisis temo no poder, ni siquiera, lo que debería
poder por ser humano.
Y si del
saber se trata en esta oportunidad de que cuando uno sabe pueden saber todos,
diría sin más que al descender del avión en el aeropuerto de Cali supe que yo
era otro del que había viajado en el avión desde el aeropuerto de Madrid. Y ese
casi doloroso saberme un otro de aquel, me permite pensar que cuando me vaya de
Cali, ustedes serán otros de los que fueron durante mi estadía en Cali.
Quiero
comenzar agradeciendo y explicaré por qué.
Sabemos que
la locura tiene sus defensores, sobre todo cuando se trata del psicoanálisis.
Quiero decir que en el sesgo donde soy psicoanalista, por el sólo hecho de
haberme tenido que presentar ante ustedes como tal, ella, la locura, hubiese
reclamado sus derechos entre nosotros, y nosotros aceptaríamos, sin más,
haberla convocado. La poesía, en cambio, y sobre todo cuando se trata de las
ciencias, no goza de semejantes derechos.
Agradezco,
entonces, haber sido invitado a estas charlas, también, en nombre de la poesía.
Esto me permitirá hablar sin tener los cuidados que normalmente se requieren
para que ella no irrumpa, como tantas veces espero que ocurra en estas charlas,
porque ella será la indiscutible dueña de mis palabras, más aún que la propia
locura del simple hablar, en donde cada vez que pronunciamos una nueva palabra
adviene en nosotros un nuevo sentido, aunque no lo sepamos.
Porque la
poesía es la que legisla ese saber y ese no saber. Y es en la poesía donde el
deseo y la locura plasman su ser. Se sabe de antaño que la poesía (mucho antes
que las matemáticas dieran un nuevo rumbo a la humanidad) hablaba de una voz
más acá de dios y, sin embargo, humana. A partir de ese momento, a la razón de
las ciencias se le oponía lo que había sido su propia posibilidad de ser, la
poesía. Y la poesía como sinrazón, como estallido sangrante en medio de
cualquier vida, de cualquier frase, de cualquier historia. Aun, como sinrazón,
cuando los más ambiciosos tratando de hacerla más aceptable la transformaban en
filosofía. Quiero decir que mucho antes que la locura hablara por sí misma, la
poesía habló por ella.
Si se
tratara de una guerra entre la Poesía, el Psicoanálisis y la Locura, seguramente
ganaría la poesía.
Cincuenta
mil años son más que algunos siglos de locura y más aún que una ciencia, en sí
misma, por ser ciencia, con menos de un siglo en su vivir.
Si se
tratara de una conversación y sin entrar en tema todavía, trataré de delimitar
el campo en cuestión, teniendo en cuenta toda la escritura de un grupo, en
tanto que si algo de específico tiene ese grupo, es haber creado dicho campo. Y
si el campo ha de ser, el del psicoanálisis y la poesía, así de juntos y
vanagloriándose de estar juntos, si este campo existe, cosa que intentaremos
tratar de construir, el grupo del cual estamos hablando, se denominará: Grupo
Cero. Y si es la escritura la que condena al hombre a ser histórico, digamos
que me quiero referir a un escrito del año 1971, donde por primera vez se firma
como grupo. Palabras que, más allá de la cultura familiar de Buenos Aires, se
proponían un acercamiento al hecho social desde la poesía, desde el
psicoanálisis, desde el marxismo, y yo pienso desde cualquier otra magia o misterio
que anduvieran por ahí tratando de ensanchar los límites de lo humano.
Y allí,
tratando de ensanchar los límites de lo humano, estaba también la locura. No
estaba en nosotros pero estaba en nosotros. No éramos los locos pero vivíamos
con los locos. No dormían con nosotros pero cuando nosotros dormíamos con una
mujer le hablábamos de los locos. Con el tiempo se fueron borrando aún más las
diferencias. Fueron nuestros amigos y también nuestros enemigos. Llegamos a
preguntamos qué diferencia hay entre los locos y nosotros. A veces la escritura
toma rumbos que la palabra hablada no hubiese tomado jamás. Habíamos dicho que
la primera conversación debería poder mostrarnos al psicoanálisis como una
ciencia.
Es en el
intento de mostrar el psicoanálisis como ciencia donde, en este primer
encuentro, debe detenerse el tiempo. En esta primera conversación el intento
será epistemológico, que no podrá ser otra cosa que materialista, porque
materiales Son las estructuras lingüísticas de donde las ciencias sacan su provecho.
Y si la
escritura habrá de ser la base material de las ciencias, éstas padecerán, más
allá de sus padecimientos, el padecimiento que, por ser escritura, padece. Su
verdad nunca coincidirá con el tiempo de su aparición. Y así es que el hombre
sigue padeciendo una moral que ya se desmoronó en los libros. Palabra la del
psicoanálisis que más que saber de sus alcances, sabemos de las resistencias
que se oponen a sus posibles alcances. Una palabra que por atentar contra lo
único que el hombre tenía de sí, su propia conciencia de sí y como sabemos la
conciencia siempre es forjadora de poder, el psicoanálisis, en su desarrollo,
tuvo que enfrentarse no sólo con la resistencia de sus practicantes a
encontrarse con sus propios deseos inconscientes, sino también en su
desarrollo, con los modos represivos de los estados. Hay algo en el
psicoanálisis que, más allá del sujeto, nos habla del estado, que más allá de
su poder en transferencia se atribuye como instrumento de conocimiento la
capacidad de lectura de los modelos ideológicos.
Y si leyendo
desde el sujeto en la transferencia se puede llegar -según se atribuye el
propio psicoanálisis- a transformar los deseos inconscientes, en el sentido de
una transformación de lo que sobredetermina o por lo menos un cambio de rumbo
de lo que sobredetermina. Podríamos pensar entonces que a la posibilidad del
psicoanálisis atañe también la transformación de los modelos ideológicos, que
por inconscientes tendrán que ser construidos como tales desde los efectos, los
cuales, por ideológicos, asentarán en el propio cuerpo del sujeto. Y antes que
la poesía y la locura nos invadan definitivamente trataremos de poner en claro
ciertas cuestiones.
Si la
realidad es la metáfora de todo lo posible, las ciencias serán lo posible de ser
determinado. Para que una ciencia se precie de tal, debe tener su objeto
propio. Y su objeto propio no puede ser un objeto real, sino sólo provenir de
un objeto real, mediante una transformación que de la cosa hace símbolo, cuyo
procedimiento llamamos: trabajo teórico.
Objeto teórico, entonces, a partir del cual y según sus vicisitudes habrá método. Que tendrá que tener como condición la capacidad de modificar su propio ser, mediante lo que se le atribuye, es decir, la interpretación, cada vez que haya un obstáculo en el devenir del objeto teórico y cada vez que haya un obstáculo frente al objeto real a conocer, mediante la técnica que él mismo, el método, mediando entre la teoría y ella, determina.
Objeto teórico, entonces, a partir del cual y según sus vicisitudes habrá método. Que tendrá que tener como condición la capacidad de modificar su propio ser, mediante lo que se le atribuye, es decir, la interpretación, cada vez que haya un obstáculo en el devenir del objeto teórico y cada vez que haya un obstáculo frente al objeto real a conocer, mediante la técnica que él mismo, el método, mediando entre la teoría y ella, determina.
Técnica que,
más que cumplir los requisitos del objeto real, tendrá que cumplir, para que
sea técnica científica, los mandatos de la teoría. Si el psicoanálisis se
tratara de una ciencia, su objeto teórico, el inconsciente, es más inasible
como concepto que como inconsciente, porque si bien como inconsciente no
sabríamos de él más que la condena de ser sus propios efectos, por concepto
sabríamos menos aún. Ya que el concepto designa material a lo no corpóreo y por
lo tanto suprasensible. Y no es por lo tanto en mi propio cuerpo donde
deberíamos buscar el inconsciente, sino en la malla que si bien material,
incorpórea, invisible, tejen las palabras frente a un otro de mí, humano, que
relativiza mi soledad y me da, como naturaleza de lo humano, otro humano.
Campo de la
palabra que no es otro que el campo de la función humana.
Un síntoma
anonadado por su propia presencia se hará palabra. Un resto animal en el
hombre, antes del psicoanálisis, inconmovible, podrá ahora, después del
nacimiento del psicoanálisis, acceder a humana presenciar. Toda ciencia es
ciencia de una ideología. Toda palabra es muerte de una cosa. Todo saber
finalización de una ilusión. Y es en el campo de la ilusión donde la ideología
asienta su trono, y es en el límite de la certeza sensible hasta donde llega su
poder. Y serán sus instrumentos, entonces, todo lo que en el hombre pueda
captar sensiblemente lo real es decir, todo lo que el hombre pueda registrar
como real cuando mira, cuando toca, cuando piensa en soledad. La ideología es
el tiempo donde el hombre reconoce y desconoce a la vez las determinaciones de
lo que le toca padecer como reconocimiento. Conocer parece ser otra cosa que
sentir, parece ser otra cosa que ver, parece ser otra cosa que reconocer.
Conocer será
interpretar lo reconocido, más que para alcanzar otro nivel de comprensión,
para transformar lo visto y tocado (lo reconocido) en otra cosa. Porque la
interpretación no está en los hechos, sino que los hechos sólo existen después
de ser interpretados. Y sólo existen para transformarse en otros hechos, ya que
la cadena significante no dejará de fluir. Porque si esto aconteciera, no
habría de ser la interpretación una interpretación psicoanalítica. Si esto
ocurre, podemos decir finalmente que alguien teme por las palabras que
tendremos que llegar a pronunciar. Y que en todos los casos serán palabras que
tendrán que ver con nosotros, porque del hombre sólo temo las palabras que de
él me otorgan una medida de lo humano.
Y si ha
quedado claro lo que debería ser una interpretación, no ha quedado clara la
posibilidad de su fundamento o, para decirlo de otra manera, el fundamento de
su verdad.
Y esto no es
otra cosa que lo que brinda el trabajo teórico, el descentramiento acerca de la
cuestión, para poder decir de ese vacío que reina en mí, cuando estoy unido a
la cosa por los lazos de la ideología, que no son otra cosa que los lazos con
los cuales, como científico, ato mi vida al mundo de los hombres. Pasaje
espectacular, que sólo
podrá ser nombrado por fuera de la cosa donde se produce la ruptura. Es decir, si lo que se rompe, se rompe también en mí, no deberé estar en la cosa para nombrarla. Parecería ser como si el hombre en estos últimos siglos tuviera que determinar un centro del sistema que nunca es él. Como si haberse podido descentrar para separarse de la cosa, para transformar el ábaco en la ley de los números naturales lo llevaran en todos estos descubrimientos a hablar de un sistema en el cual el hombre, por hombre, está excéntrico de él.
podrá ser nombrado por fuera de la cosa donde se produce la ruptura. Es decir, si lo que se rompe, se rompe también en mí, no deberé estar en la cosa para nombrarla. Parecería ser como si el hombre en estos últimos siglos tuviera que determinar un centro del sistema que nunca es él. Como si haberse podido descentrar para separarse de la cosa, para transformar el ábaco en la ley de los números naturales lo llevaran en todos estos descubrimientos a hablar de un sistema en el cual el hombre, por hombre, está excéntrico de él.
No es él, el
hombre, el que determina las mallas de sus relaciones sociales, no es el hombre
el que elige los modos de vida dentro de su inscripción social, él es elegido
por el sistema social. No es el hombre, no soy yo el que decido las palabras
que he escrito, ni las palabras que pronuncio frente a ustedes, sino que es él,
el Otro, el que a mí me falta, el inconsciente, donde se generan estos
pensamientos.
Antes de
1900 el pasado existía como determinante y lo que antes era un simple
desplazamiento en el cuerpo de la paciente que Freud describía
fenomenológicamente con la palabra desplazamiento, después de 1900 tiene detrás
de sí el concepto de transferencia, es decir, la movilización de una carga de
una representación a otra representación, por lo tanto un desplazamiento que
veía, y hasta podía tocar, desconocía cuáles eran sus fundamentos estructurales
de producción.
Es con La
Interpretación de los Sueños que Freud pone no un límite vivencial, no un
límite ideológico, no un límite de los sentidos a la interpretación onírica,
sino un límite teórico y se llama ombligo del sueño. Cuando se llega allí se
detiene la interpretación psicoanalítica, no es que el psicoanalista tenga
ganas de seguir o que el paciente quiera recuperar lo que no pudo. Lo real
inconsciente es imposible.
Que la
técnica sea la transferencia y la asociación libre querrá decir que lo que se
promoverá será la asociación libre y que la transferencia acontecerá siempre
como resistencia a la asociación libre. El psicoanálisis comienza más allá de
la transferencia, antes es el psicoanálisis de la transferencia, y el
psicoanálisis de la transferencia es el psicoanálisis de las resistencias al
psicoanálisis.
Si para
conseguir formular el objeto teórico tuve que descentrarme, es decir, tuve que
ser un otro de mi conciencia, cuando tengo que interpretar tengo que ser un
otro de mí en tanto lo que tengo que interpretar tiene que ser para el
paciente, el deseo del Otro, el deseo de su propio inconsciente y no del mío,
querrá decir que cuando interpreto yo no tengo deseos, a menos que mi deseo sea
ser la función, es decir, interpretar. No es la afectividad del psicoanalista
la que determina, ni el grado de enfermedad, ni el tratamiento, ni la cura, ni
el alta, es la teoría. Momento teórico, entonces, donde habrá que dejar de
interpretar y esto no por la finitud del inconsciente, sino por los límites
impuestos por la teoría psicoanalítica al sujeto.
Habíamos dicho que la ciencia es lo posible de ser determinado, un punto minúsculo, una visión estrecha del mundo. Que el psicoanálisis sea la ciencia del sujeto tampoco le da derecho de transformarse en una visión del mundo, en tanto ciencia.
Habíamos dicho que la ciencia es lo posible de ser determinado, un punto minúsculo, una visión estrecha del mundo. Que el psicoanálisis sea la ciencia del sujeto tampoco le da derecho de transformarse en una visión del mundo, en tanto ciencia.
Sin embargo
esta operación de descentramiento que permite transformar la ceguera de la
ideología en claridad simbólica no puede, aunque lo intente, terminar con la
ideología. Puede, eso sí, interpretarla, rectificarla y hasta transformarla,
pero no puede terminar con ella, porque ella es la propia vida del sujeto. Y la
propia vida de los sujetos se desarrolla en el campo de la carne, campo
infinito y cambiante, ya que cuando determinamos algo en el campo del cuerpo no
es para precisar su muerte sino, tan sólo, su transformación. Y es así como un
espacio de tiempo después del descubrimiento, y como del hombre se trata,
hablamos de lo que hablamos, volveremos a sentir celos, envidia, egoísmo o
cualquier otra tontería, que son esos sentimientos llamados humanos,
reconociéndolos y en su real dimensión apasionada, en nuestro cuerpo y en
nuestra propia vida, y sin embargo desconociendo no sólo la estructura que hace
posible en cada sentimiento una verdad, sino también desconociendo los mecanismos
de que dicha estructura se vale para realizar el trabajo de transformación.
A esto lo
denominamos trabajo inconsciente, cuyo único destino es transformar el deseo
inconsciente en verdad para posibilitar su expresión.
Y ahí donde
el síntoma impera como verdad y como verdad impera la palabra, los actos
fallidos, el chiste, los sueños, la ciencia, la locura, la poesía, allí es
donde se inicia ahora un nuevo trabajo, que será el trabajo del psicoanálisis
(no ya del inconsciente) el que, desde los efectos últimos de aquel otro
trabajo, construirá ahora teóricamente la estructura determinante de dichos
efectos. El hombre no tiene del inconsciente sino sus efectos, ya que su
inconsciente no está en él, sino en la palabra de otro. Palabra que no lleva
debajo su imagen iconográficamente representada, sino que lleva debajo otra
palabra, que tampoco sabe nada de ella, sino en la reunión con otras palabras.
Cadena
significante, donde el sujeto es, no lo que recorre la cadena, sino el que con
su propia vida como sujeto, la funda. Y sé que nunca sabré el significado de
las palabras que pronuncié, si no soy capaz, si no me atrevo a pronunciar otra
palabra y otra y aún otra más, porque como humano debo saber que, para lo
humano, no hay último sentido.
FREUD Y LACAN – HABLADOS – 1
Miguel Óscar Menassa
Editorial Grupo Cero
Leído en S.D.
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