Cuadro: Nacimiento.(2001) Miguel O. Menassa
La negación
La
forma en que nuestros pacientes producen sus asociaciones espontáneas en el
curso de la labor analítica nos procura ocasión de interesantes observaciones.
«Va usted a creer ahora que quiero decir algo ofensivo para usted, pero le aseguro
que no es tal mi intención.» En semejante manifestación del sujeto vemos la
repulsa, por medio de una proyección sobre nuestra persona, de una asociación
emergente en aquel momento. O: «Me pregunta usted quién puede ser esa persona
de mi sueño. Mi madre, desde luego, no.» Y nosotros rectificamos: «Se trata
seguramente de la madre.» En la interpretación nos tomamos la libertad de
prescindir de la negación y acoger tan sólo el contenido estricto de las
asociaciones. Es como si el paciente hubiera dicho: «A la persona de mi sueño
he asociado realmente la de mi madre, pero me disgusta dar por buena tal
asociación.» En ocasiones nos es dado lograr muy cómodamente la aclaración
buscada de lo inconsciente reprimido. Preguntamos: «¿Qué es lo que le parece a usted
más inverosímil de la situación de que tratamos? ¿Qué es lo que le pareció más
extraño y ajeno a usted?» Si el paciente cae en el lazo y designa aquello que
más increíble le parece, habrá contestado con ello, casi siempre, la verdad
buscada. Un acabado paralelo de este experimento surge frecuentemente en el
análisis de los neuróticos obsesivos que han sido ya iniciados en la
comprensión de sus síntomas. «He tenido una nueva idea obsesiva y en el acto se
me ha ocurrido que podía significar tal y tal cosa. Pero no es posible que así
sea, pues entonces no podría habérseme ocurrido.» Aquello que el sujeto rechaza
con esta motivación, tomada de las explicaciones recibidas durante la cura, es,
naturalmente el verdadero sentido de la nueva representación obsesiva.
El
contenido de una imagen o un pensamiento reprimidos pueden, pues abrirse paso
hasta la conciencia, bajo la condición de ser negados. La negación es una forma
de percatación de lo reprimido; en realidad, supone ya un alzamiento de la
represión, aunque no, desde luego, una aceptación de lo reprimido. Vemos cómo
la función intelectual se separa en este punto del proceso afectivo. Con ayuda
de la negación se anula una de las consecuencias del proceso represivo: la de
que su contenido de representación no logre acceso a la conciencia. De lo cual
resulta una especie de aceptación intelectual de lo reprimido, en tanto que
subsiste aún lo esencial de la represión. En el curso de la labor analítica
creamos muchas veces una variante importantísima y harto singular de esta
situación. Conseguimos vencer también la negación e imponer una plena
aceptación intelectual de lo reprimido, pero sin que ello traiga consigo la
renovación del proceso represivo mismo. Dado que la misión de la función
intelectual del juicio es negar o afirmar contenidos ideológicos, las
consideraciones que preceden nos conducen al origen psicológico de esta
función. Negar algo en nuestro juicio equivale, en el fondo, a decir: «Esto es
algo que me gustaría reprimir.» El enjuiciamiento es el sustitutivo intelectual
de la represión, y su «no», un signo distintivo de la misma, un certificado de
origen, algo así como el made in Germany. Por medio del símbolo de la negación
se liberta el pensamiento de las restricciones de la represión y se enriquece
con elementos de los que no puede prescindir para su función.
La
función del juicio ha de tomar, esencialmente, dos decisiones. Ha de atribuir o
negar a una cosa una cualidad y ha de conceder o negar a una imagen la
existencia en la realidad. La cualidad sobre la que ha de decidir pudo ser,
originalmente, buena o mala, útil o nociva. O dicho en el lenguaje de los
impulsos instintivos orales más primitivos: «Esto lo comeré» o «lo escupiré.» Y
en una transposición más amplia: «Esto lo introduciré en mí» y «esto lo
excluiré de mí.» O sea: «Debe estar dentro de mí» o «fuera de mí.» El yo
primitivo, regido por el principio del placer, quiere introyectarse todo lo
bueno y expulsar de sí todo lo malo. Lo malo, lo ajeno al yo y lo exterior son
para él, en un principio, idénticos . La
otra decisión de la función del juicio, la referente a la existencia real de un
objeto imaginado (test de realidad), es un interés del yo real definitivo, que
se desarrolla partiendo del yo inicial regido por el principio del placer. No
se trata ya de si algo percibido (un objeto) ha de ser o no acogido en el yo,
sino de si algo existente en el yo como imagen puede ser también vuelto a
hallar en la percepción (realidad). Como puede verse, es ésta, de nuevo, una
cuestión de lo exterior y lo interior.
Lo
irreal, simplemente imaginado, subjetivo, existe sólo dentro; lo otro, real,
existe también fuera. En esta etapa del desarrollo ha dejado ya de tenerse en
cuenta el principio del placer. La experiencia ha enseñado que lo importante no
es sólo que una cosa (objeto de satisfacción) posea la cualidad «buena» y, por
tanto, que merece ser incorporada dentro del yo, sino también que exista en el
mundo exterior, de modo que pueda uno apoderarse de ella en caso necesario.
Para comprender este progreso hemos de recordar que todas las imágenes proceden
de percepciones y son repeticiones de las mismas. Así, pues, originalmente, la
existencia de una imagen es ya una garantía de la realidad de lo representado.
La antítesis entre lo subjetivo y lo objetivo no existe en un principio. Se
constituye luego por cuanto el pensamiento posee la facultad de hacer de nuevo
presente, por reproducción en la imagen, algo una vez percibido, sin que el
objeto tenga que continuar existiendo fuera. La primera y más inmediata
finalidad del examen de la realidad no es, pues, hallar en la percepción real
un objeto correspondiente al imaginado, sino volver a encontrarlo, convencerse
de que aún existe. Otra aportación a la separación entre lo subjetivo y lo
objetivo proviene de una distinta facultad del pensamiento.
La
reproducción de una percepción como imagen no es siempre su repetición exacta y
fiel, puede estar modificada por omisiones y alterada por la fusión de
distintos elementos. El examen de la realidad debe entonces comprobar hasta
dónde alcanzan tales deformaciones. Pero descubrimos, como condición del
desarrollo del examen de la realidad, la pérdida de objetos que un día
procuraron una satisfacción real. El juicio es el acto intelectual que decide
la elección de la acción motora, pone término al aplazamiento debido al
pensamiento y conduce del pensamiento a la acción. También del aplazamiento,
debido al pensamiento, hemos tratado en otro lugar. Debe considerarse como un
acto de prueba, como un tanteo motor, con pequeñas descargas psíquicas.
Reflexionemos: ¿Dónde llevó antes a cabo el yo un tal tanteo? ¿En qué lugar
aprendió la técnica que ahora emplea en los procesos del pensamiento? Ello
sucedió en el extremo sensorial del aparato psíquico, en las percepciones sensoriales.
Según nuestras hipótesis, la percepción no es un proceso puramente pasivo; el
yo envía periódicamente al sistema de la percepción pequeñas cargas psíquicas,
por medio de las cuales prueba los estímulos exteriores, retrayéndose de nuevo
después de cada uno de estos avances de tanteo.
El
estudio del juicio nos procura, quizá por vez primera, un atisbo de la génesis
de una función intelectual surgida del dinamismo de los impulsos instintivos
primarios. El juicio es la evolución adecuada del proceso primitivo por el cual
el yo incorporaba cosas en su interior o las expulsaba fuera de sí, de acuerdo
al principio del placer. Su polarización parece corresponder a la antítesis de
los dos grupos de instintos por nosotros supuestos. La afirmación -como sustitutivo
de la unión- pertenece al Eros; la negación -consecuencia de la expulsión-
pertenece al instinto de destrucción. El negativismo de algunos psicóticos
debe, probablemente, interpretarse como signo de la defusión de los instintos,
por retracción de los componentes libidinosos. Ahora bien, la función del
juicio se hace posible por la creación del símbolo de la negación que permite
al pensamiento un primer grado de independencia de los resultados de la
represión y con ello también de la compulsión del principio del placer. Con
esta teoría de la negación armoniza perfectamente el hecho de que en el
análisis no hallemos ningún «no» procedente de lo inconsciente, así como el de
que el reconocimiento de lo inconsciente por parte del yo se manifieste por medio
de una fórmula negativa. La prueba más rotunda de que un análisis ha llegado al
descubrimiento de lo inconsciente es que el analizado reaccione al mismo tiempo
con las palabras: «En eso no he pensado jamás.»
S. FREUD
(Traducción de Luis López Ballesteros)
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