Cuadro: Señales de Madrid. Miguel Menassa
LAS NEUROPSICOSIS DE DEFENSA
Ensayo de una teoría psicológica de la
histeria adquirida, de muchas fobias y representaciones obsesivas y de ciertas
psicosis alucinatorias.
El detenido estudio de varios enfermos
nerviosos aquejados de fobias y representaciones obsesivas nos sugirió un
intento de explicación de esos síntomas, que ulteriormente nos ha permitido
descubrir el origen de tales representaciones patológicas en otros nuevos
casos, razón por la cual lo creemos digno de publicación y examen.
Simultáneamente a esta teoría psicológica de las fobias y las representaciones
obsesivas, resultó de nuestra observación de los enfermos una aportación a la
teoría de la histeria, o más bien una modificación de tal teoría, modificación
que responde a un importante carácter común a la histeria y a la neurosis
mencionada. Hemos tenido, además ocasión de penetrar en el mecanismo
psicológico de una forma patológica de innegable carácter psíquico, y al
hacerlo hallamos que la orientación de nuestro nuevo punto de vista permitía
establecer un visible enlace entre tales psicosis y las dos neurosis a que nos
venimos refiriendo. Al final del presente ensayo expondremos la hipótesis
auxiliar, de la que en los tres casos indicados nos hemos servido.
I. Comenzaremos por presentar la modificación
que nos parece indispensable introducir en la teoría de la neurosis histérica.
Desde los excelentes trabajos de P. Janet, J. Breuer y otros, parece indiscutible
que el complejo sintomático de la histeria justifica las hipótesis de una
disociación de la conciencia, con formación de grupos psíquicos separados. En
cambio, por lo que respecta a las opiniones sobre el origen de esta disociación
de la conciencia y sobre el papel que este carácter desempeña en la neurosis
histérica, no reina tanta claridad. Según la teoría de Janet , la disociación de la conciencia es un rasgo
primario de la modificación histérica, y depende de una debilidad congénita de
la capacidad de síntesis psíquica, o sea de una angostura del «campo de
conciencia», que testimonia en calidad de estigma psíquico, de la degeneración
de los individuos histéricos
A la teoría de Janet, contra la cual pueden
elevarse, a nuestro juicio, numerosas objeciones, se opone la desarrollada por
J. Breuer en nuestra comunicación sobre la histeria. Según Breuer, es «base y
condición» de la histeria la existencia de singulares estados de conciencia
oniriformes, con disminución de la facultad asociativa, para los cuales propone
el nombre de «estados hipnoides». La disociación de la conciencia es entonces
una disociación secundaria adquirida, motivada por el hecho de que las
representaciones surgidas en los estados hipnoides se hallan excluidas del
comercio asociativo con los restantes contenidos de la conciencia. Como prueba
de nuestras anteriores afirmaciones, podemos presentar ahora dos o tres formas
extremas de la histeria, en las cuales no puede considerarse primaria, en el
sentido de Janet, la disociación de la conciencia. En la primera de dichas
formas nos ha sido posible demostrar repetidas veces que la disociación del
contenido de la conciencia es consecuencia de una volición del enfermo siendo
iniciada por un esfuerzo de la voluntad, cuyo motivo puede ser determinado.
Naturalmente, no afirmamos con esto que el enfermo se proponga provocar una
disociación de la conciencia. La intención del enfermo es muy otra, y no llega
a cumplirse, acarreando, en cambio, una disociación de la conciencia.
En una tercera forma de la histeria, que se
no ha descubierto en el análisis psíquico
de enfermos inteligentes, desempeña la disociación de la conciencia un
papel insignificante o quizá nulo. Son éstos los casos en los que sólo perdura
la reacción a estímulos traumáticos, y que pueden ser curados por derivación
del trauma, o sea, las puras histerias de retención. A los fines de nuestro
estudio de las fobias y las representaciones obsesivas sólo nos interesa la
segunda forma de la histeria, a la cual damos, por motivos fácilmente visibles,
el nombre de histeria de defensa, distinguiéndola así de las histerias
hipnoides y de las de retención. Igualmente podríamos presentar por lo pronto
estos casos de histeria como «adquiridos», pues en ellos no podrá hablarse para
nada de una grave tara hereditaria ni de una propia disminución degenerativa.
Los dos pacientes por mí analizados habían gozado, en efecto, de salud psíquica
hasta el momento en que surgió en su vida de representación un caso de
incompatibilidad; esto es, hasta que llegó a su yo una experiencia, una
representación o una sensación, que al despertar un afecto penosísimo movieron
al sujeto a decidir olvidarlos, no juzgándose con fuerzas suficientes para
resolver por medio de una labor mental la contradicción entre su yo y la
representación intolerable.
Tales representaciones intolerables florecen
casi siempre, tratándose de sujetos femeninos, en el terreno de la experiencia
o la sensibilidad sexuales, y las enfermas recuerdan con toda la precisión
deseable sus esfuerzos para rechazarlas y su propósito de dominarlas y no
pensar en ellas. Nuestra actividad clínica nos ha dado a conocer multitud de
casos de este género, entre los que citaremos el de una muchacha que,
hallándose asistiendo a su padre enfermo, se reprochaba duramente pensar en un
joven que la había hecho experimentar una ligera impresión erótica el de una
institutriz, enamorada del señor de la casa, que decidió ahogar su amorosa
inclinación por un sentimiento de orgullo. No puedo afirmar que tal esfuerzo de
la voluntad por expulsar del pensamiento algo determinado sea un acto
patológico, ni tampoco que aquellas personas que bajo iguales influencias
psíquicas permanecen sanas, consigan realmente el deseado olvido. Sólo sé que
en los pacientes por mí analizados no había sido nunca alcanzado, llevándolos,
en cambio, a diversas reacciones patológicas, que produjeron, bien una
histeria, bien una representación obsesiva o una psicosis alucinatoria.
En la capacidad de provocar con el indicado
esfuerzo de la voluntad uno de dichos estados, enlazados todos con una
disociación de la conciencia, hemos de ver la expresión de una disposición
patológica, que, sin embargo, no ha de identificarse necesariamente con una
«degeneración» personal o hereditaria. Sobre el camino que conduce desde el
esfuerzo de voluntad del paciente hasta la emergencia del síntoma histérico me
he formado una opinión, que en el lenguaje abstracto-psicológico usual puede
formularse aproximadamente como sigue: la labor que el yo se plantea de considerar
como non arrivée la representación intolerable es directamente insoluble para
él; ni la huella mnémica ni el afecto a ella inherente pueden ser hechos
desaparecer una vez surgidos. Pero hay algo que puede considerarse equivalente
a la solución deseada, y es lograr debilitar la representación de que se trate,
despojándola del afecto a ella inherente; esto es, de la magnitud de estímulo
que consigo trae. La representación así debilitada no aspirará ya a la
asociación. Mas la magnitud de estímulo de ella separada habrá de encontrar un
distinto empleo.
Hasta aquí muestran la histeria y las fobias
y representaciones obsesivas iguales procesos. No así en adelante. En la
histeria, la representación intolerable queda hecha inofensiva por la
transformación de su magnitud de estímulo en excitaciones somáticas, proceso
para el cual proponemos el nombre de conversión . La conversión puede ser total
o parcial, y sucede a aquella inervación motora o sensorial más o menos
íntimamente enlazada con el suceso traumático. El yo consigue con ello verse
libre de contradicción; pero, en cambio, carga con un símbolo mnémico que en
calidad de inervación motora insoluble o de sensación alucinatoria de continuo
retorno habita como un parásito en la conciencia y perdura hasta que tiene
lugar una conversión opuesta. La huella mnémica no desaparece por ello, sino
que forma a partir de aquí el nódulo de un segundo grupo psíquico. En pocas
palabras expondré nuestra anunciada opinión de los procesos psicofísicos en la
histeria; constituido tal nódulo de una disociación histérica en un «momento
traumático», crece luego en otros momentos, a los que podemos llamar «momentos
traumáticos auxiliares», en cuanto una nueva impresión de igual género consigue
traspasar las barreras alzadas por la voluntad, aportar nuevo afecto a la
representación debilitada e imponer por algún tiempo el enlace asociativo de
ambos grupos psíquicos hasta que una nueva conversión restablece la defensa. La
distribución del estímulo que así se establece en la histeria resulta casi
siempre harto inestable. La excitación, impulsada por un falso camino (por el
de la inervación somática), retrocede entre tanto hasta la representación, de
la que fue separada, y fuerza entonces al sujeto a su elaboración asociativa o
a su descarga en ataques histéricos, como lo prueba la conocida antítesis,
formada por los ataques y los síntomas permanentes.
El efecto del método catártico de Breuer
consiste en crear un retroceso de la excitación desde lo físico a lo psíquico y
conseguir luego solucionar la contradicción por medio del trabajo mental del
sujeto y descargar la excitación por medio de la comunicación oral. Si la
disociación de la conciencia en la histeria adquirida reposa sobre un acto de
la voluntad, se explica ya fácilmente el hecho singular de que la hipnosis
amplíe siempre la restringida conciencia de los histéricos y haga accesible el
grupo psíquico disociado. Sabemos, en efecto, que todos los estados análogos al
sueño suprimen aquella distribución de la energía, sobre la que reposa la
«voluntad» de la personalidad consciente. Consideramos, pues, como el factor
característico de la histeria no la disociación de la conciencia, sino la
facultad de conversión, y vemos una parte muy importante de la disposición a la
histeria, por lo demás aún desconocida, en la transferencia a la inervación
somática, de tan grandes magnitudes de inervación. Esta propiedad no excluye
por sí sola la salud psíquica, y no conduce a la histeria más que en el caso de
una incompatibilidad psíquica o de un almacenamiento de la excitación. Con esta
orientación nos acercamos Breuer y yo a las conocidas definiciones dadas por
Oppenheim y Strüempell , separándonos, en cambio, de Janet, que
atribuye un papel demasiado amplio en la característica de la histeria a la
disociación de la conciencia. Con la exposición que antecede esperamos, por
nuestra parte, haber hecho comprensible el enlace de la conversión con la
disociación histérica de la conciencia.
II. Cuando en una persona de disposición
nerviosa no existe la aptitud a la conversión, y es, no obstante, emprendida
para rechazar una representación intolerable la separación de la misma de su
afecto concomitante, este afecto tiene que permanecer existiendo en lo
psíquico. La representación así debilitada queda apartada de toda asociación en
la conciencia, pero su afecto devenido libre se adhiere a otras
representaciones no intolerables en sí, a las que este «falso enlace» convierte
en representaciones obsesivas. Esta es, en pocas palabras, la teoría psicológica
de las representaciones obsesivas y las fobias, a la que aludimos al iniciar el
presente estudio. Indicaremos ahora cuáles de los eslabones de esta teoría son
directamente comprobables y cuáles otros han sido añadidos por nosotros a modo
de complemento. Directamente comprobable es, en primer lugar, a más del término
del proceso, o sea la representación obsesiva, la fuente de la que nace el
afecto falsamente enlazado. En todos los casos por mi analizados era la vida
sexual la que había suministrado un afecto penoso de la misma calidad
exactamente que el enlazado a la representación obsesiva. Teóricamente no es
imposible que este afecto nazca alguna vez en otros sectores; mas nuestra
experiencia clínica no nos ha presentado hasta ahora caso ninguno de este
género. Por otro lado, es comprensible que la vida sexual sea la que más
ocasiones dé para la emergencia de representaciones intolerables.
Directamente comprobable es también, por las
inequívocas manifestaciones de los enfermos, el esfuerzo de voluntad, la
tentativa de defensa, a la que nuestra teoría da singular importancia, y en
toda una serie de casos afirman los enfermos mismos que la fobia o la
representación obsesiva surgió cuando el esfuerzo de voluntad parecía haber
alcanzado su intención. «Una vez me sucedió algo muy desagradable, y me propuse
con todas mis fuerzas apartarlo de mi imaginación y no pensar en ello. por fin
lo conseguí; pero entonces surgió esto que ahora me pasa y de lo que no he
conseguido librarme.» Con estas palabras me confirmó una paciente los puntos
principales de la teoría aquí desarrollada. No todos los enfermos de
representaciones obsesivas ven tan claramente el origen de las mismas. Por lo
general, cuando llamamos la atención del enfermo sobre la representación
primitiva, de naturaleza sexual, obtenemos la respuesta siguiente. «No; eso no
tiene nada que ver con mi estado actual. Nunca pensé mucho en ello. Al
principio sí me asustó un poco; pero luego dejó de preocuparme, y no me ha
vuelto a intranquilizar». Esta objeción tan frecuente integra una prueba de que
la representación obsesiva constituye un sustitutivo o un subrogado de la
representación sexual intolerable y la ha sustituido en la conciencia.
Entre el esfuerzo de voluntad del paciente,
que consigue reprimir la representación sexual inaceptable, y la emergencia de
la representación obsesiva, que, poco intensa en sí, aparece aquí provista de
un afecto incomprensiblemente intenso, se abre la laguna que nuestra teoría
intenta llenar. La separación de la representación sexual de su afecto, y el
enlace del mismo con otra representación adecuada, pero no intolerable, son
procesos que se desarrollan sin que la conciencia tenga noticia de ellos, y
que, por tanto, sólo podemos suponer, sin que nos sea dable demostrarlos por
medio de un análisis clínico-psicológico. Quizá fuera más exacto decir que no
se trata de procesos de naturaleza psíquica, sino de procesos físicos, cuya
consecuencia psíquica se manifiesta como si lo expresado con los términos de
«separación de la representación de su afecto y falso enlace de este último»
hubiera sucedido realmente. Junto a los casos que demuestran una sucesión de la
representación sexual intolerable y la representación obsesiva hallamos otros,
en los que se nos muestra una coexistencia de representaciones obsesivas y
representaciones sexuales de carácter penoso.
Estas últimas no pueden calificarse
apropiadamente de «representaciones obsesivas sexuales», pues carecen de un
carácter esencial de las representaciones obsesivas, toda vez que se muestran
perfectamente justificadas, mientras que el carácter penoso de las
representaciones obsesivas comunes constituye un problema para el médico y para
el enfermo. En cuanto me ha sido dado penetrar en casos de este género, he
podido comprobar que se trata de una defensa continuada contra representaciones
sexuales distintas, incesantemente emergentes, o sea, de una labor que no había
llegado a término. Los enfermos suelen ocultar sus representaciones obsesivas
en tanto tienen conciencia de su procedencia sexual. Cuando se lamentan de
ellas manifiestan generalmente su asombro de sucumbir al efecto
correspondiente, angustiarse, experimentar determinados impulsos, etc. En
cambio, el médico, perito en la materia, encuentra justificado y comprensible
el afecto, hallando tan sólo singular su enlace con una representación que no
lo justifica. O dicho de otro modo: el afecto de la representación obsesiva le
parece dislocado o transpuesto, y si ha adoptado la teoría aquí descrita,
intentará en toda una serie de casos de representaciones obsesivas su
transposición regresiva a lo sexual.
Para el enlace secundario del afecto devenido
libre puede ser utilizada cualquier representación que por su naturaleza sea
susceptible de conexión con un afecto de la cualidad dada o tenga con la
intolerable ciertas relaciones, a consecuencia de las cuales aparezca
utilizable como subrogado suyo. Así, la angustia devenida libre, y cuyo origen
sexual no debe ser recordado, se enlaza a las comunes fobias primarias de los
hombres, a los animales, a las tormentas, a la oscuridad, etcétera, o a cosas
de innegable relación asociativa con lo sexual, tales como los actos de orinar
y defecar, y, en general, a la impureza y al contagio. La ventaja que obtiene
el yo, eligiendo para la defensa el camino de la transposición del afecto, es
menor que la que ofrece la conversión histérica de excitación psíquica en
inervación somática. El afecto bajo el cual ha padecido el yo permanece
intacto, con la sola diferencia de que la representación intolerable queda
excluida del recuerdo. Las representaciones así reprimidas constituyen por su
parte el nódulo de un segundo grupo psíquico, accesible, a nuestro parecer,
también sin la ayuda de la hipnosis. El que en las fobias y las
representaciones obsesivas y las representaciones obsesivas falten aquellos
visibles síntomas concomitantes a la formación de un grupo psíquico
independiente, obedece probablemente a que en el primer caso toda la
modificación permanece circunscrita a lo psíquico, no experimentando cambio
alguno la relación entre la excitación psíquica y la inervación somática.
Con algunos ejemplos de naturaleza
probablemente típica aclararemos lo dicho hasta aquí sobre las representaciones
obsesivas:
1) Una muchacha padece de reproches
obsesivos. Cuando en el periódico lee haberse descubierto una falsificación de
moneda o un crimen, cuyo autor se ignora, piensa en seguida estar complicada en
la falsificación, o se pregunta con angustia si no habrá sido ella la homicida,
dándose, sin embargo, clara cuenta de lo absurdo de tales imaginaciones.
Durante algún tiempo tal conciencia de su culpabilidad adquirió tan gran
dominio sobre ella, que llegó a ahogar su juicio crítico, llevándola a acusarse
ante sus familiares y su médico de haber cometido realmente semejantes delitos.
Un penetrante interrogatorio descubrió el origen de su conciencia de
culpabilidad. Excitada por una sensación voluptuosa, casualmente experimentada,
y arrastrada por los consejos de una amiga suya, había comenzado a masturbarse,
y venía practicándola desde varios años atrás, con plena conciencia de su
falta, que se reprochaba duramente, pero, como de costumbre en estos casos, sin
conseguir enmienda. Un exceso cometido al retorno de un baile provocó la
emergencia de la psicosis. La paciente curó después de algunos meses de
tratamiento y de severa vigilancia.
2) Otra muchacha padecía el temor de verse
atacada de incontinencia de orina desde que un vehemente deseo de orinar la
había obligado a abandonar en una ocasión un teatro durante un concierto. Esta
fobia la había incapacitado poco a poco para toda vida social. Sólo se sentía
tranquila cuando sabía tener próximo un w. c. al que poder llegar
disimuladamente. No existía en ella vestigio alguno de enfermedad orgánica que
pudiese justificar sus temores. Hallándose en su casa, entre sus familiares, no
experimentaba jamás el temido incoercible deseo, ni tampoco durante la noche.
Un detenido examen descubrió que dicho deseo la había acometido por vez primera
en las siguientes circunstancias: en la sala de conciertos se hallaba sentado
cerca de ella un caballero, que no le era indiferente. Al verle comenzó a
pensar en él y a imaginarse ser su mujer y estar sentada a su lado. Durante
esta ensoñación experimentó aquella sensación que en las mujeres hemos de
comparar a la erección masculina, y que en su caso - ignoramos si en todos -
terminó con un ligero deseo de orinar. La referida sensación sexual, habitual
en ella, la asustó en esta ocasión, porque había formado el firme propósito de
combatir su inclinación amorosa, e inmediatamente el afecto inherente a la
misma se transfirió al deseo de orinar que la acompañaba, viéndose obligada la
sujeto, después de una penosa lucha, a abandonar la sala. Esta joven, a quien
toda realidad sexual horrorizaba, no concibiendo siquiera que pudiera casarse
algún día, era, por otro lado, de una tal hiperestesia sexual, que en las
ensoñaciones eróticas a que se abandonaba gustosa experimentaba regularmente la
referida sensación voluptuosa. El deseo de orinar había acompañado siempre a la
erección, sin haberla impresionado hasta el día del concierto. El tratamiento
alcanzó la curación casi completa de la fobia.
3) Una joven, casada, que en cinco años de
matrimonio sólo había tenido un hijo, se me quejaba de sentir un impulso
obsesivo de arrojarse por el balcón, y de que a la vista de un cuchillo se
apoderaba de ella el miedo a verse impulsada a cogerlo y matar con él a su
hijo. A mis preguntas confesó que sólo muy raras veces practicaba ya el
comercio matrimonial, y siempre con precauciones para evitar la concepción,
añadiendo que ello no le disgustaba nada, pues era de naturaleza poco sensual.
Por mi parte hube de manifestarle que lo cierto era que a la vista de los
hombres surgían en ella representaciones eróticas, y que este hecho la había
llevado a perder su confianza en sí misma, apareciéndose como una persona
degradada y capaz de todo. Esta retraducción de la representación obsesiva a lo
sexual alcanzó pleno éxito. La paciente confesó llorando su miseria conyugal,
por tanto tiempo ocultada, y me comunicó más tarde varias representaciones
penosas de carácter sexual no modificado, tales como la sensación frecuentísima
de que se le entraba algo por debajo de las faldas. Terapéuticamente he
aprovechado estas repetidas experiencias para orientarme, a pesar de las
protestas del enfermo, en los casos de fobias y representaciones obsesivas
hacia las representaciones sexuales reprimidas, y cegar, cuando ello es
posible, las fuentes de que provienen. Naturalmente, no puedo afirmar que todas
las fobias y todas las representaciones obsesivas nazcan en la forma aquí
descrita, pues, en primer lugar, mi experiencia no comprende sino un número de
formas muy limitado en comparación con las muchas que toman estas neurosis, y
en segundo, sé muy bien que estos síntomas «psicasténicos» (según la
calificación de Janet) no son todos equivalentes . Hay, por ejemplo, fobias
puramente histéricas. Pero, a mi juicio, el mecanismo de la transposición del
afecto es propio de la gran mayoría de las fobias y representaciones obsesivas,
y creo que estas neurosis, que tan pronto hallamos aisladas como combinadas con
la histeria o la neurastenia, no deben ser confundidas con la neurastenia, en
la que no se puede suponer un mecanismo psíquico como síntoma fundamental.
III. En los dos casos hasta ahora examinados,
la defensa contra la representación intolerable tenía efecto por medio de la
disociación de su afecto concomitante. La representación permanecía en la
conciencia, si bien aislada y debilitada. Pero hay aún otra forma de la defensa
mucho más enérgica y eficaz, consistente en que el yo rechaza la representación
intolerable conjuntamente con su afecto y se conduce como si la representación
no hubiese jamás llegado a él. En el momento en que esto queda conseguido
sucumbe el sujeto a una psicosis que hemos de calificar de «locura
alucinatoria». Un único ejemplo aclarará esta nuestra afirmación.
Una muchacha ha ofrendado a un hombre su
primera inclinación amorosa, y cree firmemente ser correspondida, en lo cual se
equivoca, pues si el joven frecuenta su casa es por distinto motivo. Pronto
comienza a sufrir desilusiones. Al principio se defiende de ellas convirtiendo
históricamente la experiencia dolorosa, y conserva así su fe en que el amado
volverá un día y pedirá su mano. Pero a consecuencia de una conversión
imperfecta y de constantes impresiones penosas se siente desgraciada y enferma.
Su esperanza se concentra, por último, en determinado día, en el que se celebra
en su casa una fiesta familiar.
Mas el día transcurre sin que el joven acuda.
Pasados todos los trenes en los que podía llegar, cae la sujeto en una locura
alucinatoria: su amor ha llegado; oye su voz en el jardín y baja a recibirle. A
partir de este momento vive por espacio de dos meses en un dichoso sueño: el
joven está siempre a su lado; no la abandona un instante, y todo ha vuelto a
ser como antes (como en época anterior a las desilusiones, tan trabajosamente rechazadas).
La histeria y la depresión de ánimo han quedado vencidas. Durante toda la
enfermedad no habla la sujeto para nada de la última época de dudas y
sufrimientos. Es feliz mientras se la deja tranquila, y sólo se exalta cuando
alguna medida de sus familiares le impide realizar alguna lógica consecuencia
de su dichoso ensueño. Esta psicosis, incomprensible en su tiempo, queda
explicada diez años más tarde en un análisis hipnótico. El hecho sobre el que
yo quiero llamar la atención es el de que el contenido de una tal psicosis
alucinatoria consiste precisamente en la acentuación de la representación,
amenazada por el motivo de la enfermedad. Puede, por tanto, decirse que el yo
ha rechazado la representación intolerable por medio de la huida a la psicosis.
El proceso que lleva a este resultado escapa tanto a la autopercepción del
sujeto como el análisis psicológico-clínico. Debe ser considerado como la
expresión de una elevada disposición patológica y puede, quizá, describirse
como sigue: el yo se separa de la representación intolerable, pero ésta se
halla inseparablemente unida a un trozo de la realidad, y al desligarse de
ella, el yo se desliga también, total o parcialmente, de la realidad. Esto
último es, a mi juicio, la condición para reconocer a las propias
representaciones vida alucinatoria, y con ello cae el sujeto, una vez alcanzada
la repulsa de la representación intolerable, en la locura alucinatoria.
No dispongo sino de muy pocos análisis de
psicosis de este género; pero creo ha de tratarse de un tipo muy frecuentemente
utilizado de enfermedad psíquica, pues en ningún manicomio faltan los casos,
análogamente interpretables, de la madre que, enajenada por la muerte de su
hijo, mece incansablemente en sus brazos un trozo de madera, o de la novia
despreciada, que todos los días espera, durante años y años, la llegada de su
novio, y se compone para recibirle. No es, quizá, superfluo acentuar que las
tres formas de la defensa aquí descritas, y con ellas las tres formas de
enfermedad, a las que la defensa lleva, pueden presentarse reunidas en una
misma persona. La aparición simultánea de fobias y síntomas histéricos, tan
frecuentemente observada en la práctica, es uno de los factores que dificultan
la separación de la histeria de las demás neurosis, y obligan a establecer las
«neurosis mixtas». La locura alucinatoria no es con frecuencia compatible con
la perduración de la histeria, ni por lo regular con la de las representaciones
obsesivas. En cambio, no es nada raro que una psicosis de defensa irrumpa
episódicamente en el curso de una neurosis histérica o mixta. Recordaré, por
último, con pocas palabras, la idea auxiliar, de la cual me he servido en esta
descripción, de las neurosis de defensa. Tal idea es la de que en las funciones
psíquicas debe distinguirse algo (montante del afecto, magnitud de la
excitación), que tiene todas las propiedades de una cantidad - aunque no
poseamos medio alguno de medirlo -; algo susceptible de aumento, disminución,
desplazamiento y descarga, que se extiende por las huellas mnémicas de las
representaciones como una carga eléctrica por las superficies de los cuerpos.
Esta hipótesis, en lo que se basa ya nuestra teoría de la «derivación por
reacción», puede utilizarse en el mismo sentido que los físicos utilizan la de
la corriente de fluido eléctrico. De todos modos, queda por lo pronto
justificada por su utilidad para la síntesis y la explicación de muy diversos
estados psíquicos
S. Freud
1894
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