martes, 28 de enero de 2014

POESÍA, PSICOANÁLISIS, LOCURA. Conferencia Nº III



POESÍA, PSICOANÁLISIS, LOCURA
Conferencia Nº III
CALI-COLOMBIA -1979-
Hoy tendría que existir la posibilidad de poder hablar de lo que no hablamos ayer, y hablar de lo que tendríamos que hablar hoy. Entre ayer y hoy, los comentarios más importantes que escuché, hablaban, que ustedes son una comunidad. Están conectados por hilos invisibles. Las invisibles mallas de vuestras relaciones sociales. De los comentarios pude desprender una inhibición que puede estar jugando en esta relación que ambicionamos tener de otra manera y no podemos. 
Diría que el público -ustedes- se dividen en dos, como el sujeto. Un público teme hablar porque teme. Son los esclavos. Otro público teme hablar porque tiene que conservar el poder ilusorio que le da el silencio del esclavo. Son los amos.
Yo diría que el niño nace pequeño. No nace niño. No nace hombre. Es un cachorro, un animalito. No tiene deseos, no ama, no tiene palabras, no concibe ningún otro universo que el de sus células. Los únicos estímulos que recibe son los estímulos de sus necesidades orgánicas.
Funciona en él lo que funciona en su aparato nervioso, en su sistema nervioso central. Lo que no funciona en su sistema nervioso central, no funciona. Como en los animalitos, como los gatitos, las ardillitas, los castores. Los castores son casi como humanos. Porque tienen que aprender todo como el niño humano, a caminar, a nadar, a construir su casa. No hablan, y no hablan porque en el cumplimiento de la función se les va la vida. Es decir, no desean.

Es en esta insuficiencia en la que nace el niño, es en esta prematuración, donde no queda otro remedio que esclavizarse, quiero decir que si el niño no se esclaviza, muere.
¿Ustedes recuerdan un niño recién nacido? Es interesante recordar un niño recién nacido, verlo en su impotencia, para saber que de esa situación frente a la muerte, sólo es posible sobrevivir esclavizándose, poniendo su vida en el otro, y eso es lo que hace el niño cuando nace: poner -para nacer como humano- su vida en el otro.
Ese otro en el cual el niño pone su vida, al psicoanálisis se le ha dado en llamar, función madre, que sería cualquier objeto, persona, cosa o animal, que cumpla con los requerimientos funcionales del recién nacido.
No sé por qué, directamente después de la "interpretación" donde amos y esclavos, en el auditorio, adoraban en silencio la misma muerte, se me ocurrió hablar del niño recién nacido, que su situación biológica natural -animal- lo lleva a esclavizarse en ese otro, y entregarle su vida. En estas condiciones no sólo el niño no va a morir, sino que en el aprendizaje con la función se va dando cuenta que la función puede, de alguna manera, más que él.
Y el pasaje dramático de ese pequeño cachorro animal a cachorro humano se va a verificar, en el tiempo en que él -el niño- pueda simultáneamente (por una capacidad de su sistema nervioso central) sentirse (en eso que a la medicina se le ha dado en llamar propioceptivo) no unido, separado, macerado. Donde no tiene unidas, en ese sentimiento de él propio, las partes de su cuerpo, como en realidad las tiene unidas.
Dije que tenía que sentir simultáneamente esta sensación interior, y una visión, una percepción exterior, acerca de él mismo, unido, entero, como él mismo está unido, entero. El niño de pocos días (meses) no puede diferenciar entre sus piernas y el barrote de la cuna. Esto que le ocurre al niño, le ocurre al paciente psicótico, porque el psicótico no puede diferenciar su cuerpo de aquello que lo continúa, la cama, el piso, los barrotes de la cama, el otro.
Decimos que el paciente (tenga la edad que tenga) está en ese momento transcurriendo entre la naturaleza y la cultura. 
Está transcurriendo entre la posibilidad que tienen todos los seres humanos, de ser animales, hacia la posibilidad que no todos los seres humanos tienen, de ser humano. 
El niño, por semejante y diferente a sus padres (humanos) pasará si esclaviza su ser a ser humano, de pequeño animal a hombre. Y en este pasaje saltará definitivamente del campo de la necesidad al campo deseo. Lugar al cual ya no podrá volver, sino en forma de locura. 
Freud plantea en el recién nacido una energía constante que reclama satisfacción. Una energía que no cesa. Una energía que siendo energía de la necesidad al ser saciada, parentiza su curso, pero no lo detiene. Esa energía que parte del propio cuerpo del niño, como necesidad, queda inscripta en su sistema nervioso (huella mnémica de la necesidad). Cuando se junten en el niño la huella mnémica de la necesidad con la huella mnémica del objeto que sacia dicha necesidad, el niño experimenta su primera experiencia de placer, es decir, su primera experiencia de satisfacción.
A partir de este momento cada vez que surja la necesidad, surgirá, cabalgando en ella, el intento de recuperar aquella experiencia de placer. Es decir, no es que el deseo inconsciente en los últimos años carezca de objeto, sino que el deseo inconsciente carece de objeto desde el mismo momento de producción del inconsciente como concepto. En tanto no es el deseo, en Freud, buscador de ningún objeto, sino buscador de aquel tiempo en el que se produjo por primera vez en el sujeto (constituyéndose como tal) una experiencia que jamás se repetirá de la misma manera, por lo tanto que jamás podrá conquistar, como experiencia.
También para Freud el deseo es un deseo de muerte, porque su satisfacción sólo se alcanza con la muerte del deseo como tal, es decir la muerte del sujeto, que por fin consigue su libertad, para morir.
Ayer habíamos visto cómo la palabra, tenía la característica, por ser palabra humana, de no poder capturar lo que mencionaba con su mención. Ahora vemos que al deseo inconsciente le ocurre, por deseo inconsciente, no poder capturar lo que menciona en su realización como
deseo.
Sin embargo nosotros cuando hablamos acerca del título de la charla de hoy nombramos la palabra demanda. La demanda sería un corte en la teoría del deseo inconsciente, un aporte teórico moderno. Es ella, la demanda, la que cabalga sobre la necesidad, para estallar en deseo en el encuentro con la madre función pero, ahora, real y por lo tanto desprestigiada, es decir de la madre que fue en la aparición del símbolo o de la ley. No de mi madre llamada fálica, ésa que ocupa exactamente el lugar de mi propia imagen. Esa madre que no existe, por ser puro deseo -inconsciente-. A lo que demando es a mi madre desprestigiada, que por real, castrada y por castrada, si no fuera mi madre, casi una mujer.
Lo que le pido a ella como demanda amorosa es que sea, peor que mi madre. Lo que le pido a ella como deseo es que no exista, que sea mi madre fálica, producto de mi propio deseo.
Si en el campo de lo necesario donde yo me enfrentaba con ella, niño, iba haciendo mi relación con ella, iba concibiendo (según su deseo) que Ella tenía algo que yo no tenía. Eso, que seguramente estaría regulando la relación, yo lo ponía en Ella. En ese campo de lo necesario, no sólo lo creía que yo era su único objeto, sino que también en aquel desvarío sentía que los dos -yo y Ella- éramos un solo objeto, como les pasa a los enamorados.
Con el desprestigio sufrido por la función madre en la relación (situación que el psicoanálisis llama decepción fálica) por un desvío en su mirada -y no hace falta más que un desvío en su mirada- yo ahora percibo que además de mí hay un otro de ella que yo no poseo. Y esto que parece una tontería es lo que manda al manicomio a los enamorados cuando aparece, por esas cosas de la vida, el tercero.
Cuando el lactante descubre la presencia del otro en la relación idílica con la función, lo que interrumpe viene a interrumpir la relación idílica que tengo con ese otro, que además me tiene. Ella no sólo se desprestigia por dejar de ser única (por la existencia de ser otro), se desprestigia también porque deja de tenerme en ella.
Porque no solamente descubro que ella es un otro de mí, sino que, también, descubro que yo soy un otro de ella. Por lo tanto si quiero mantener la relación con uno y con otro tengo que ser dos. Si el otro viene a interrumpir la relación que tengo con ella, debo desdoblarme. Ser, a partir de ahora, dos, yo y el otro, me permite tener en el lugar del Otro la relación con Ella, y en el lugar donde soy yo, la relación con él, es decir con la ley.
No es de ninguna otra cosa de la que me escapo, sino de saber que el otro no me pertenece. No es ninguna cosa la que pido cuando pido, sino que pido amor. Y amor se lo pido a mi madre real. Aquella madre que por no tener ya, es otro. Aquella madre que no es el único objeto de la creación sino que es una madre, pero que, todavía, es mi madre. 
La retórica del deseo consistiría ahí, en el tiempo donde la demanda, se fragmenta o se fractura de la necesidad, en intentar transformar el objeto real (no tal "real" por ser mi madre aún) en el objeto fantasmático anterior, es decir, el lugar de mi propia imagen, es decir donde mi madre lo era todo y que por ser todo no existía.
Es decir que frente a una mujer y después de ya no querer, de ya no necesitar, porque mediante el psicoanálisis y esto y lo otro, yo he comprendido y no quiero más que ella sea el "objeto" inasible y siempre mutable de mi deseo, esa locura, todavía tengo que dejar de querer que ella sea mi madre real (en lo que de necesario le reclamo), todavía no es mujer, porque todavía está en el campo de mi demanda amorosa, y mi demanda amorosa es siempre con mi madre.
Si pudimos hasta aquí tenemos que empezar a darnos cuenta que con estos elementos podemos pensar las enfermedades mentales, o las llamadas enfermedades mentales, de otra manera. Si en el campo de lo necesario queda fijado lo real, separando de alguna manera lo imaginario de lo simbólico; la barra de la resistencia que veíamos en palabras anteriores entre el significante y el significado, se llama ahora real. Y es lo real (aquello que en el hombre aún necesita) lo que se incrusta entre el significante y su significado, es decir, entre lo simbólico (la escena segunda) y lo imaginario (la escena primera). Por eso que la asociación libre no versará sobre ninguna otra cosa que lo real. Versa sobre el tiempo que al sujeto le llevó reprimir sus primeras escenas vivenciales.
La asociación libre es el levantamiento de lo real para que sea posible una significación. Significación que, hoy por hoy, sigue interesando más a la lingüística que al psicoanálisis.
Ya que no hay tan totalmente significante, significado, como no hay totalmente, imaginario, real, simbólico. Que solamente simbólico, eso es, por imposible, neurosis obsesiva.
Y sin embargo, a pesar de los esfuerzos del racionalismo, el límite es impreciso. Entre las llamadas enfermedades mentales, incluyendo entre ellas la normalidad, los límites no son precisos, porque no se trata de ninguna cantidad, ni de ninguna calidad, se trata simplemente de posiciones en el sistema inconsciente, que por posiciones, mutables, tantas veces como sean necesarias para el sistema.
Sería necesario un salto en el vacío para poder decir que la necesidad, la demanda y el deseo, y a pesar de todos los esfuerzos no llegan, todavía, a ser necesidad, demanda, deseo, humanos. Porque cachorro animal, se pretende transformarme en humano, en el seno de una familia, navegando entre mis relaciones de parentesco, algún día seré un hombre. Y sin embargo sé que no es precisamente la locura lo que el hombre hereda de lo animal, sino precisamente, quiero decir, las relaciones de parentesco. Es decir que una concepción psicoanalítica de la locura, necesitaría una concepción psicoanalítica de los psicoanalistas y una concepción psicoanalítica de la formación de los psicoanalistas.
Ayer, al terminar, leí un escrito denominado la locura, con la esperanza, según dije, que después de tanta realidad hoy podríamos hablar del deseo inconsciente. Espero no equivocarme nuevamente al decir que el escrito que leeré ahora, denominado La razón, es para mostrar que, en este siglo, Ella, La razón y Dios, son la misma persona:
LA RAZÓN
(Del libro ¿Perversión? o ¿La muerte de la palabra? y Psicoanálisis del amor.
Editorial Grupo Cero. Diciembre 1978).
Cada vez nuevas palabras marcan el ritmo de lo desconocido.
Cada vez nuevas palabras,
nuevas combinaciones,
vidas sin imaginación,
me alejan de la muerte.
Palabras que no termino de colocar en el lugar correspondiente.
Palabras inauditas e inesperadas me hablan de lo desconocido y,
[sin embargo,
no temo escribirlas.
Todo me pasa cuando termino de escribir.
Siempre hay algo en lo que escribo que no me termina de gustar.
Siempre hay algo en lo que escribo doloroso para alguien.
Siempre alguna coma,
algún punto.
Alguna detención en general,
me resultan innecesarios y, sin embargo,
estoy lleno de interrupciones.
Quiero decir,
según pensamientos de escritos anteriores,
[lleno de heterosexualidad.
Y la verdad no sé, para qué, quiero tanta.
Se mezclan entre la pureza de las palabras,
grises y arrogantes, seguros de sí mismos,
los pequeños actos cotidianos:
Los planes increíbles a los cuales uno se tiene que someter para comer
[todos los días.
Los maquiavélicos pensamientos con los cuales me reúno diariamente,
para poder darle un beso a una mujer.
Entre los furgones,
entre los carbones cotidianos y las diarias cenizas de la carne,
vagones incontenibles de mierda y los panes crujientes,
sobre la mesa.
Todo es universal.
La guerra también.
Y uno sin darse cuenta,
comiendo y bebiendo,
caminando tranquilamente por la ciudad de la mano de alguno de sus hijos,
se va poniendo,
digo,
sin darse cuenta todo de un color.
Termina,
insisto,
sin darse cuenta,
amando ciertas palabras,
odiando ciertas palabras,
en fin,
combatiendo alocadamente.
Y yo,
no quiero combatir.
Estoy en contra de la guerra.
Y sin embargo lo sé,
carezco de poder para "implantar la paz".
La paz,
exactamente igual que la guerra,
algo que otorgan y quitan los poderosos.
Darse cuenta de la falta de poder para la paz,
de la falta de valentía para la guerra,
también es doloroso.
Si no puedes la paz,
si te asusta la guerra,
te dejan,
-siempre en todos los casos-
fuera de la vida.
Y tampoco,
quiero quedarme fuera de la vida.
De pequeño aprendí,
que defenderse formaba en todos los casos parte de un plan,
que defenderse no era algo que les pasaba sólo a los miserables.
Morir en definitiva,
en estos sistemas de vida que se vienen programando,
más que un deseo, es una orden.
En consecuencia,
las palabras pronunciadas nos indican que también nosotros
[estamos en guerra.
Uno contra el otro,
otro contra el uno.
El poeta, a veces, sabe lo que dice.
Y teniendo en cuenta que los cataclismos se producen,
tanto en las grandes guerras como en las guerras pequeñas,
propongo como nueva forma de vivir:
LA GRAN GUERRA,
una guerra de las palabras contra la biología,
contra la física moderna.
Basta de llantos matinales.
Basta de amor,
porque el amor es todo nuestro.
Es hora de zarpar,
el mundo nos espera.
Psicoanálisis y Poesía,
dos interesantes miradas sobre la vida de los hombres,
que como toda mirada,
única o doble,
(ya que el doble es consecuencia y máscara de la dialéctica de lo único)
son suficientes.
En ellas,
todo cierre es tan sólo una nueva metáfora.
Quiero decir,
en ellas,
todo es infinito en los contornos de un inverso finito.
Dos miradas extraviadas en ser,
siempre una novedad
y sin embargo,
hablar solamente,
escribir solamente,
dos formas privilegiadas de lo único.
Por ahora,
psicoanálisis-poesía,
dos grandes y corpulentos valles de lágrimas.
Por ahora,
todo es dolor,
todo,
crítica punzante.
Por ahora, debemos decirlo,
nadie aprueba los exámenes.
Psicoanalistas y Poetas,
hay pocos.
He descubierto y aunque para mí tal vez ya sea demasiado tarde, lo digo:
El mundo acontece fuera de mí.
Y no es tan fácil como parece, se trata
de un descubrimiento: el mundo no sólo acontece fuera de mí, sino también,
fuera de los otros.
Quiero decir,
que más allá de nuestros cuerpos,
que más allá de la longitud de la mirada
-campo perfecto de nuestro gran amor-
el mundo no existe.
El mundo más allá de nosotros,
también es un deseo.
Y aunque mis intenciones son decir siempre la verdad,
me voy dando cuenta, con el correr de los siglos,
que el camino hacia lo cierto,
es sólo un desvío en el camino hacia la nada.
Como vemos,
una pérdida lamentable de energía.
Lo cierto y su camino,
padece de todo.
Ciencias arrobadoras,
incapaces de producir sentidos más allá de sus vientres.
Vale decir,
pequeñas ciencias que, más allá del amor,
se hacen relativas, envejecen.
Todo método, por más feroz que sea su designio,
para no enmohecerse,
para que no se pudran en sus propias entrañas los hallazgos de su valentía,
deberá,
transformarse con lo que transforma.
Deberá sufrir en su ser método,
una transformación.
No en los alrededores de su vida,
sino en su propia vida.
No en los contornos de ninguna ilusión,
sino,
en el centro mismo de la máquina que produce todas las ilusiones.
Y cuando se habla de las ciencias y de la poesía
y no se habla,
de la propia vida de los sujetos,
no hay método.
Y todo es Razón,
y ella misma es la que se descarta a sí misma, para ser,
y es ella la que concibe,
un NO rotundo y "eterno" en la propia morada muda
[de la materia y en ese vacío,
fuego sangrante de la nada,
y en ese límite preciso contra todo,
ella,
la razón en cuestión,
haciendo gala y despliegue de todos sus sentidos,
con todos sus orificios abiertos y desesperados a la búsqueda de lo cierto,
ella,
comienza su propia investigación.
Y ella tiene la sabiduría de la vida,
porque la vida, es ella.
Su moda,
la verdad.
Su verdadero ser,
el tiempo momificado en los relojes.
Su retórica,
volver siempre sobre lo mismo,
con el intento de ennoblecer cualquier atrocidad que ocurra en su reinado.
Y ella,
hoy por hoy, quiero confesarlo,
reina sobre todo.
Y para reinar,
su concepción es simple:
En mi cuerpo,
nos dice,
(y ella tiene variadas maneras de decir)
todo es sobremesa,
barrigas descomunales y cigarros,
que pueden fumarse tranquilamente.
En mi cuerpo,
todo es atardecer
y unas veces blanca y perfumada,
danzando entre cisnes blancos y olorosos,
y otras veces,
ensangrentada y nocturna,
fría y natural,
momificando su sonrisa siempre a una hora determinada,
abre las ventanas de su corazón,
abre desaforadamente flujos marinos.
Ella en su casa también es poesía
y entreabre su piel,
porque la piel también es un agujero
y en esas heridas,
se petrifica el universo.
Cuevas y salientes por doquier,
deforman su cuerpo en el intento de abarcar,
todo lo que produce.
La marginalidad,
aparente espacio donde zozobra su poderío,
es también,
un espacio de su propio cuerpo,
alejado de su poder y estrechamente ligado a su corazón,
ya que en esas márgenes que son todavía su cuerpo,
viven,
y cantan sus canciones los marginales.
Sus apasionados amantes secretos.
Viven como si fuera contra ella,
para soñarla y en sueños, ella no deja de reinar.
Todo sueño es verdad.
Toda verdad es sueño.
Y cuando el mundo se llenó de verdades y de sueños,
cuando ya era imposible sostener en un solo cuerpo tantas direcciones, ella,
inventora de lo inconcebible,
parte su cuerpo en dos,
y olvida.
Y mientras lo olvidado no retorna,
ella es dos.
En un solo ser,
una que hace lo que puede
y la otra que hace lo que no puede.
Se trata de la misma historia,
una mutilación y su doble.
Un mundo sin acción,
como decía,
petrificado.
Ya que uno no puede,
por carecer de todos.
Y dos,
es la posibilidad de la mirada de uno.
Y el tercero no existe,
porque el tercero es lo olvidado que retorna.
Y hasta aquí,
como vemos,
y en la cúspide de su poderío, ella propone para el hombre:
ser uno,
o bien,
su propia imagen,
o peor aún,
cuando ella atardece
y los rumores del lago son propicios,
ser,
en el inconcebible retorno de lo reprimido,
un recuerdo.
Un grito.
Una caricia.
A veces un olor.
Y tengamos cuidado,
porque cuando ella no sabe qué decir,
inventa la muerte,
para reinar majestuosa también sobre el silencio.
Ella es una asesina y dice la verdad:
más allá de mi cuerpo,
o la reproducción de mi cuerpo,
o la muerte. En mi cuerpo todo.

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